Fatal Amanecer ----

(Compendio de mensajes rescatados de la residencia ubicada en calle Amanecer adjunta al numero décimo cuarto. El relato retrata la mortal fulminación de una familia a falta de agua. Los textos fueron encontrados escritos en la pared, con tinta de heces de alguno de los miembros, presumible la de toda la familia.)



Los finales nunca son lo que imaginamos.



Todo parecía como algo transitorio. Un típico corte al servicio de agua al cual no habíamos tenido aviso, pero que con seguridad, no tomaría mas de dos días en regresar. Asi comenzó todo, sin prever. Los de la mañana se levantaron y se bañaron a expensas de los de medio día. Para el medio día del primer día, ya no teníamos agua más que del garrafón. Los del mediodía, yo incluido en el grupo, nos pusimos ropa nueva para ocultar cualquier hedor, y en el primer baño ajeno, usando el pozito de las manos juntas, llenamos con agua para lavar la cara de grasa y pesadillas. Splash. Splash. Al parecer nadie se dio cuenta, el olor carecía de penetración. Claro durante la noche, se hizo la platicada y no se tocó el tema. Algunos usaron el baño y alcanzaron a evacuar el topo en la pecera. Estoy casi seguro que una de las mujeres nomás meó y le jaló al baño. Pero yo andaba muy pasheco como para andar preocupado.



Al segundo día escuché los comentarios de ellas, que ya no había ni gota para bañarse. Yo estaba despreocupado, ya tenía un día sin baño y fácilmente podía esperar otro día hasta que llegase el agua. Al parecer nadie en la cuadra tenia agua, o eso dijo C que platicó con la vecina ( por alguna razón que nunca comprendí, él se deleitaba hablando con los vecinos, siendo que estaba más que confirmado que los vecinos nos detestaban). Pero por alguna razón todavía más desconocida, la gente sin agua es capaz de lavar su carro y regar su jardín, así como lo vi del vecino del 22.



Es su agua ( presunción falsa) y eso me aclararía con un tono agresivo. No estaba en ánimo para discusiones. Dos platos y un sartén terminaron en el lavabo como símbolo de un buen desayuno, acaso el último. La chica del tercer piso, S, utilizaba medio balde de agua purificada para lavarse las axilas, la cara y la panocha. Dice que no puede salir sin bañarse, a mi realmente no me importa, andaba sin camisa. La vida no es tan mala.



Al tercer día las cose puso olorosa. Cuando hablo de la cosa, hablo de la casa en su conjunto. Antes de que S bajase del tercer piso, podía olerla, podía oler su axila completamente nevada en desodorante; ella hacia todo lo humanamente posible para sentirse limpia. Yo y P fuimos al abarrotes. Me contó que su novia no deseaba copular con él, que era poco higiénico. Yo solamente escuchaba. En la televisión pasaban la repetición de una telenovela noventera. La protagonista era nativa de la costa, y a su suerte, pues estaba buenota y para ese entonces ningún panguero la había empanzado, un bato ricachón se la llevo a la capital. Miré el periódico; tenía dedos de mugre en las orillas. El titular lo dedicaba al narcotráfico. Por el peinado de la doña del abarrotes, intuí que ella tampoco había remojado sus carnes ni este, ni el día anterior. Se nota cuando la gente no se baña, pero eso se ve desde fuera, porque el olor, de una u otra manera lo mitigas. Esa noche, escuché un sollozo del tercer piso; S lloraba. Me parecía triste abandonar a mi compañera en tiempos así, por lo que me levanté en sólo calzoncillos y subí a consolarla. Cuando entre, ella lamía la mano que restregaba a sus ojos. En ese momento supe, venía lo peor.



Cuando llegó el quinto día, fin de semana, nada parecía alegre. P se llevaba el día escuchando su música pesada y tomando de dos botellas de ron nicaragüenss que le dieron de regalo. De vez en vez me ofrecía a mi pequeña copa de plástico amarillo y me obligaba a sentarme mientras me explicaba del metal gore, de sus inicios y su trascendencia en la historia de la música. Me parecía que estaba perdiendo el piso, pero admito, yo no era la santa imagen de la cordura. Las situaciones extremas siempre sacan lo sicótico que llevamos dentro. La casa era un nido de moscas. No puedo contarles de los baños sin sentir una nausea terrible. La fetidez se ha esparcido por toda la casa. S no ha bajado de su cuarto desde que la vi llorando. Pero díganme si no, cada quien sobrelleva sus penurias a su manera, así que no le presté mucha atención.



Nos tomamos las dos botellas en día y medio. Lo que sumó ya la semana sin agua. Ese día la fila para comprar agua embotellada era larga. Pero allí estamos bajo el sol. Esperanzados. Anhelo algo de nubes, que nos bañen esta inmundicia. La postal es terrible. Si mi madre me viera, seguro me desheredaría.



Regresé en la tarde. La historia en todos los locales era el mismo. Largas filas de silencio. C y su novia habían abandonado la casa. No se llevó nada de sus pertenencias. Me pregunté a donde habrían llegado, si talvez debiera seguirlos, pero la sola imagen de caminar agudizó mi sed y me venció. Caí debajo del árbol. Por primera vez pensé en dios, en lo terrible que era por no darnos una botellita de agua, o que mandara a su hijo y convirtiera todo el vino en agua. Deliraba. Tomé algo de césped y empecé a rumiarlo. La clorofila era poca y no me apetecía, pero eso poco calmaba mi angustia. De pronto, escuché unos gritos en la casa. Venían del segundo piso. El metal no habia cesado ya en tres días. Retumbaba en las ventanas. Era un himno terrible. Escuché golpes a la madera. Moví mi cabeza a la puerta. La había cerrado a mi salida. Los gritos mudaron del segundo al tercer piso. El sol estaba al cenit. Regresé la mirada a mis pensamiento cuando, un aullido antecedió al bulto que cayó a mi lado. Sorprendido volteé. Era S.



Después de aquel incidente, atranqué la puerta de entrada. El sol laceraba horriblemente mi piel. Me preguntaba por F, pero también le temía. No había movido el cuerpo de S de su ultima caída. Lo único que pude fue ofrendarle flores marchitas. Las palabras no me salieron; se habían secado por completo.



Al fin, decidí entrar a casa. Pensé, si muero, al menos que sea en mi lecho. Un grave estruendo aún surgía de las bocinas en el cuarto de F, pero el tiempo indeterminado tocando el mismo disco las había roto, así que se sumaba una vibración que no hacía mas que volver más temible aquella melodía. Subí los primeros diez escalones hasta el segundo piso. La puerta estaba semiabierta. Podía ver el cuerpo de F, sentado en su cama, un poco encorvado. Empuje la puerta con el pie. Rechinó al abrise. Un golpe pestilente me alcanzó. Lo vi. Tranquilo, sus piernas sostenían sus brazos que caían hacía adentro. Su cara miraba al frente, sus ojos abiertos sin pestañear, estaba concentrado a la pared. Le hable por su nombre, pero no respondió. Me acerqué unos pasos y entonces pude ver lo que veía atentamente. Había dibujado un sinnúmero de jeroglíficos en la pared. De tinta había sus heces y algo de sangre. Los dibujos se alargaban de un lado al otro, invadían el techo, el armario, su ropa, la ventana. Había caras, pero era difícil encontrarle forma. De cualquier manera no tenía punto. F había muerto en mano de sus bestias más temibles. Cerré la puerta de su cuarto y me encerré en el mió. No faltaba que me dijeran quien seguía en la lista. De repente me entró una terrible urgencia de abrazar a mi madre, de besarla y acostar mi cabeza en sus piernas mientras me peina con dulzura.



Sumergí mi dedo en la mierda y escribí.

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