No es que no tenga planes, simple y sencillamente reconozco
que nunca salen como lo planeado. Se interponen episodios como meteoritos en
una órbita que ignoro calcular. Detonaciones peligrosas, implosiones que
tardarán en mostrar sus consecuencias. Los planes se quedan apilados entre
preocupaciones momentáneas y e intentos de salvación. Fracasos todos, si esa
es la perspectiva.
Cuando todo termina, miro alrededor.
Todo es / grietas / todo / destrucción
El zurco con las hierbas chamuscadas. Un meteoro ahora ya en manos de expertos que llevarán al pedestal del museo en turno. Yo al final, sentado con las piernas cansadas. Un poco
despeinado, pero no tanto como para no tomar el pecero hasta Estación Tacubaya
y emprender mi regreso.
Qué importa realmente. El único que documentó el hecho
fui yo, con lujo en detalles. Los demás quedarán con el titular, el amarillento
evento que comentarán por algunos fines de semana, sin capacidad alguna (mucho
menos interés real) por reconocer los detalles, acceder a todas las aristas, el
largo histograma que monte un paisaje lo más completo posible. No, sus cervezas
borrarán vestigio de la historia, quedarán con su interpretación para emitir el
juicio final. Ese que les condecora con una mirada sublime, una dedicación que
recibo de todos lados. Los escucho callado. En veces quiero revirar los errores, las
fallas en la historia. Comprendo el camino tomado; seguro yo mismo hubiera
llegado a la misma conclusión. Pero éste no es el caso, no en mi caso. Sin embargo, el
tiempo es corto y la estafeta se pasa de uno a uno en el acribille, en total
ventaja que otorga el montonero, atracción al linchamiento colectivo, el poder
que ofrece la multitud ante el individuo, ante mi, que doy tragos certeros a mi
botella mientras escucho las ficciones a mi alrededor, del mito que generé de
mi, una mentira que se creerán pos siglos y por ellos en algunos días, por mi placer y el suyo,
alimentaré para que se mantenga vivo la idea, el mito caminando.