Ni Ni Ni

I



Ni es el mejor trabajo del mundo. Ni es lo que alguna vez soñé. Es una pesadilla pero sin miedo, ni monstruos, ni torturadores. La oficina es el purgatorio en vida. Pantalla. Guión bajo parpadea; vacío. El tiempo pesa. Los párpados se cansan. Deseo el final, pero éste nunca llegará. Miro a mis compañeros de trabajo. Deprime pensarme que seré ellos, silenciosos, chapeados en un halo sin ilusión. Mi mente viaja. Lo más lejos posible. Viaja de utopía en utopía. Pienso en el pasado y revivo. Pienso en el futuro y soy arquitecto. Pero vuelvo, vuelvo a la misma silla frente a la misma pantalla. El eco de una voz vuelca mi cabeza. Pretendo que es música, pero es arrítmico. Miro el teclado. Inmóvil. Por arriba de la pantalla veo a mi jefe, gritándome. Me levanto y salgo de la oficina. No regresaré. En el camino; un antojo a café.



II



Convertiste el escenario en tu catapulta. Joven. Vibrante. Supiste mantener tus sueños de cambiar al mundo. Te presentas de traje y corbata. Sin embargo, nunca rozaste la soberbia. Y eso te ganó fama. Y la fama en la política es redituable. Una campaña rozando la esperanza. El voto te aplaudió. Entraste con ánimo. El pueblo te entregó su confianza. Las viejas mañas son difíciles de erradicar. La desidiosa burocracia exigió mejores salarios por el mismo trabajo. Poco a poco las tranzas se mostraron, impúdicas. El tráfico de beneficios. Un pantano espeso. Deja de ver, te dijo un viejo lobo, avócate a lo tuyo. Pero siendo tú orgulloso, ni madres. Pusiste dedo en la arteria principal. Los cerdos huyeron. La ciudad vuelta loca. El clima inseguro. Pusieron precio a tu cabeza. El coliseo de la política. Antes de una importante rueda de prensa, escribes en tu móvil. Entras a una cafetería.



III



Trabajar el campo de su padre – ni madres-. Trabajar en la maquila. Ni madres. Le gusta la parranda, andar con los compas. Sacaba el toque, quemaba el hielo. El viaje maestro. Un jalecito –pelada-. En un día ganaría lo que su padre en un mes. Luego al puro placer. Como los ricos, pero los ricos se la pelan. Toma su primera fusca. Sacrifica su primer cristiano. El miedo se diluye en la sangre espesa. Rayones de coca. Lo vuelven miembro de la familia. Si obedece, todo a cambio: mujeres, drogas, dinero…Poder. Llega la orden. Tres rayones de coca, una tacha, el cuerno erecto. Una cafetería. El hombre de saco. Y a todos los presentes de jalón. La muerte lo excita. Llega la placa. Continua la balacera. Su risa se escucha más que la metralla. Se esconde. Cambia de cartucho. Cuando se levanta una bala lo esperaba. Todo acabó.

Tormenta

Caminando por el paseo de piedras, la noche parece especialmente oscura. Lo puedes intuir, su cara es de quien guarda un gran secreto, uno que tiene el tamaño de una semilla, pero su explosión es suficiente para deformar por siempre las leyes de la física terráquea. Pienso intensamente. Pienso en ella detrás de las sombras. Comento al ingeniero mi duda sobre las tormentas, su notable ausencia. El repite las voces, esas que comentan que las nubes nunca merodean estos predios. Noto que falta aire. Que mis pulmones corren cazadores en busca de moléculas para alimentar mi cuerpo. El sofoco es terrible. Temo lo peor; para estas horas el mar debió estar refrescando el ambiente. Me duermo. Me pregunto que estarás haciendo. Deseo platicar contigo, contarte alguna de mis dudas y dejar que alguno de tus desvaríos me sirva de pista para investigar. No se mucho, pero lo investigo. Me siento muy cansado. Hago un viaje mental por mi día. No me parece que haya realizado actos que imperen en mi cansancio, pero aún así, caigo súpito.



No siento la hora. Una luz merodea mi cuarto. Un fuerte ruido inunda la casa. Mi cuerpo se tuerce. La sorpresa se convierte en un ligero temor. Abro los ojos. La ráfaga de luz penetra y se va. Las cosas se ven y desaparecen. Veo mi espejo. Recuerdo que pegué una etiqueta escrita con: IMAGINANTE.



Temo pararme. Cae agua a torrenciales. Se inundará la casa. Quiero escapar. El espejo parece una puerta. De allí también emanan luces. Pero presiento a nuevos huéspedes en ese cuarto, el reflejo del mío. Presiento sus pieles de bestia, seres extraterrestres en medio de una acalorada discusión. La oscuridad aparece y se retuerce con la luz. Los relámpagos crujen el cielo. Debo levantarme, se me acaba el tiempo, debo cruzar el umbral del espejo antes de que me ahogue en mi propio sudor, esperar tranquilo del otro lado a que la tormenta termine. Lo bueno de todo esto, pienso, es que mis macetas se regarán con la mejor agua del planeta.