Anecdotas marítimas a propósito del Festival del Camarón en San Felipe, Baja California.






Sobre el horizonte del Mar de Cortés se asoma la silueta del sol que nace del mar. Así se iluminan los sahuaros  mientras despiertan junto a las arenas de San Felipe, Baja California. La avenida Chetumal que da bienvenida al visitante se ha bloqueado por los listones precautorios de la policía municipal. Esta vez no fue algún caso que seguramente saldría en la nota roja de los periódicos locales, sino las cabezas de los corredores que vienen desde el monumento de Los Arcos a la meta en el malecón. La cara de los jóvenes se endurece con el esfuerzo de las piernas y la respiración controlada. Este fin de semana es de fiesta. Lo saben los Renegados de San Felipe, arreglando acordeón y afinando el tololoche. Este fin de semana no es de la suerte del crustáceo conocido como camarón, pues este fin de semana en San Felipe se celebra el Festival del Camarón.

 

Desde temprano los vendedores de comida y artesanías levantaron el puesto sobre el malecón. De entre los morenos del puerto, contrastan los pickups con placas de California ,las cabezas blancas de los gringos al volante.

 


“Apenas hoy me entere que hay fiesta en el pueblo” comenta John Toran. El afro americano lleva una mochila sobre la espalda desde que salio de Portland,  camina semidesnudo en las banquetas del puerto. A su lado va  su fiel colega Martínez, un pequeño perro de orejas puntiagudas de raza Basenji. Es su segunda parada en un viaje que continua al sur de la Baja.

 

“Soy mochilero, lo hago para conocer mejor las ciudades, su gente, a algunos como los viejos les gusta llegar en sus RVs (campers) y quedarse los mas lejos posible del pueblo, buscan paz y tranquilidad en su mundo adentro de cuatro paredes. Vengo aprender español, a encontrarme conmigo mismo a través de los mexicanos. Es un bello puerto, no creo  que sean terrenos peligrosos como los medios lo manejan, creo que si uno anda buscando problemas los encuentra”

 

Los camaroneros volvieron de su viaje de los adentros de la mar. La mayoría sale entre las 4 y 5 de la mañana, aunque al final todo depende de la marea. Las playas frente al malecón son un estacionamiento de pangas, donde descargan la pesca, algunos lo llevan a la cooperativa donde lo pesan y reciben pago.

 


“No ha sido buena temporada”, comenta Mario Alberto Gastelum mientras descansa sobre su panga con cerveza en mano. Afuera cuando hay buena marea andan 300 pangas todas en busca de lo mismo, el camarón. En veces se llegan a juntar los pescadores de San Felipe con los del Golfo de Santa Clara, con los de Puerto Peñasco. El trafico marítimo puede sumar hasta 1000 pangas persiguiendo al codiciado crustáceo.

 

 “Somos muchos, sobreexplotamos la especie y por eso no sale ni para la gasolina, comenta Humberto García García mientras destripa unos kilos de pescado. Las gaviotas lo merodean ansiosas, se gritan entre ellas esperando las sobras de tripas y cabezas cercenadas. “Cuando un pescador encuentra una mancha de camarón, los demás llegan como gaviotas. El problema es que como el chinchorro ( red usada para la pesca del camarón y otras especies marítimas) depende de la corriente del mar, si hay varios pescadores sobre de una mancha, las redes terminan enredándose.

 


Pasado el medio día, los pescadores reposan sobre las pangas. Algunos venden sus presas al público. En el malecón Abelardo Ibarra tiene un puesto de venta de camarón empaquetado en bolsas ziplock. “ El kilo se vende al público en 100 a 130 pesos, si andan indecisos de que hacer con el camarón, los mando enfrente con Doña Brenda, les cobra cinco dólares y les prepara un rico platillo al gusto del cliente” comenta sin perder el ojo sobre los carros de estadounidenses que se detienen comparando los precios de todos los puestos.  “ La vida en los puertos es buena, es sencilla, yo con que venda un par de kilos de camarón ya me sale para venir en la noche a disfrutar del festival con la familia.


La tarde empieza a caer con rico meneo del viento con sabor a mar. Se escucha al norteño cantándole al Rey y una pareja enamorada meneándose al son. Rugen los motores de los motociclos entre las dunas o dando el famoso rol por el malecón de San Felo. Los turistas del norte se atiborran de sombreros y lentes oscuros de bajo precio, sentados  con vasos de cerveza mientras miran la gente pasar. El turista norteamericano del puerto de San Felipe suelen ser las parejas de jubilados. Vienen a vivir con la pensión que reciben, escapan del frío y un mundo caro. El gringo viejo viene por que allá no le alcanza, en el desierto vive cómodo.

 


Mas tarde empezará la competencia culinaria, una diversidad de platillos compitiendo para ganar el paladar de los jueces. Llevarán al camarón con ajo, con salsa de tomate y chile jalapeño, bañado en mantequilla o envueltos en una sabana de tocino. Luego los grupos musicales,  la salsa pondrá a bailar a propias y extraños con el sonido dominicano de los Sensao.  Llegan las familias de los locales, vienen a relajarse, para muchos el festival es otro pretexto para festejar, para bailar. Y así será hasta que la luna haga reemplazo al sol en el cielo, y que las almas del puerto se pierdan bailando en la mar.

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