Salvador


Así, después de que Herodes juzgo de loco a Jesús, los fariseos lo llevaron de nuevo ante el gobernador Poncio Pilato, dice el comentarista.



Un hombre corpulento sienta la espera, viste de manta blanca y una túnica azul zafiro le cruza el hombro derecho. Su mirada se postra lejos, mas lejos que la muchedumbre alborotada por ese tal Jesús que vuelven a traerle. La ansiedad navega por sus venas, bebe largos tragos de su copa de oro pintado.



¿¡Quieren que juzgue un hombre inocente!? grita frente a su trono, mira lentamente como juzgando al publico que espera debajo de sombrillas y tejuinos con popote. Enfocan la cara de Jesús, cabizbajo y cansado, el pelo bañado en el salitre de su frente, sus manos atadas con mecate amarillo, no habla, espera.



Un paneo muestra la panorámica del lugar. Centro urbano conglomerado, de cemento, una multitud de sombrillas y sombreros de paja que sigue la caravana del juzgado. Niños caminan de la mano de su madre de nuevo embarazada. Los balcones llenos de mirones, niños arriba del barandal, la abuela con la mano derecha cacheteando al sol para dejarla mirar el espectáculo. Sobre el techo, unos jóvenes miran con curiosidad, otros, al primer motivo se concentran en molestarse entre si, las risas de los empujones y el quejido del ultimo, que al protegerse de un azote, dejo caer su mano sobre una piedra que sin mucha dificultad traspaso la dermis de su palma.



Su mano se apega a la taza de café humeante, canela que huye evaporado hasta el escapulario colgante, cuatro giros en orden de las manecillas del reloj, la retórica de su regreso que pareciera auspiciado por el humo del café, tan cercano al pedazo de tela colgada, que su santo toma un baño de vapor antes de que termine sumergida en el espeso liquido.



No hay mucha luz, mas que del televisor que no ha dejado de cambiar de tomas, Poncio Pilato conversa con su mujer, ella le pide que no juzgue aquel hombre justo que vio en sus sueños, un hombre inocente. La luz del televisor se difusa con la que entra desde la calle, polvorienta. Una mesa con dulces de cacahuate y ciruela envueltos como guardián de la puerta . El sillón verde, amodorrado por las múltiples sentadas a través de los años, Chava concentrado en el televisor, su taza de café con canela humeante. La fotografía del matrimonio de sus padres en la parroquia de San Bartolomé, el padre Cipriano dando su bendición. A lado derecho fotos de el cuando pequeño, con el mismo padre pero con cicatrices notorias del tiempo, la imagen es antigua y a tornado amarillenta, luce una sonrisa fiel pero amarilla como dientes de fumador, o tomador de café con canela. Así continua la vestimenta de la pared hasta llegar a la pared que termina en la salida ( o entrada) de la casa. La obra máxima, protector de los Valtierra, comprada en el 95 en Talpa, es un Cristo crucificado labrado en encino, su cabellera de pelo de caballo, el detalle exacto de su cara, su triste mirada, caída en el dolor.



Chava lo mira, los ojos rojos, abre los orificios de la nariz como agallas de un pez que busca el oxigeno en un mar de aire. En la mesa la capirotada esta destrozada, desparramada en el plato de plástico, los cuerpos de dos pasas yacen sin vida.



Poncio Pilato se aleja de su mujer, mira al horizonte y pronuncia



“ No entiendes el dilema de esta tierra maldita, dice Poncio, que si no juzgo a este hombre justo, Califas y los fariseos armaran una revuelta, y si lo juzgo, los seguidores de este hombre se levantaran. De cualquier manera , se derramará sangre”



Chava lo mira, penetra con su mirada entre los pixeles a sus ojos cobardes.



Culón - respira quedito la boca de Chava.



El viacrusis mas concurrido de México, el de Iztapalapa acaba de entrar en uno de sus momentos cúspides, dice el comentarista de la televisión, pues es ahora que oficialmente comienzan las estaciones de la pasión de Cristo. Ante la complicada situación de Poncio Pilato, la presión de los fariseos, el gobernador romano no encuentra otra solución mas que el castigo de Jesús de Nazareth, la imposición dolosa de latigazos sobre su espalda, la coronación de espinas y la crucifixión de su cuerpo.



Traen a Jesús, lacerado, ensangrentado bajo las ropas y las burlas de los soldados romanos. Una señora llora entre la muchedumbre, la cámara enfoca las lagrimas que se derraman de tristeza. Chava derrama lagrimas también, pero la mueca de su cara no es del mismo sentir, si no de coraje. Poncio toma el micrófono, ¡véanlo, ha sido castigado!



Califas, levanta el báculo en su mano, sin titubeos retumba- ¡crufiquenlo!



Las voces de los romanos repiten la orden, ¡crucifíquenlo! ¡crucifíquenlo!



El silencio inunda el ambiente, Poncio los mira sin comprender la saña que inunda los corazones de aquellos hombres que buscan la muerte de este pobre hombre. Recuerda al Cesar, su advertencia cuando estuvo en Roma, si cae sangre en esta tierra, la próxima será la tuya. Discierne un momento, su cara se desfigura ante su situación entre espada y pared.



El publico mira atento, desde los cielos el helicóptero revuela sobre el palacio de papel de Poncio Pilato. Escapa humo de su motor, el corazón de un hombre que espera el veredicto, un hombre justo inmerso en paz castigado con dolor. Un enfoque sobre la cara del gobernador, su ultima oportunidad para cambiar la historia de la humanidad. Poncio Pilato hace un ademán a un joven que espera inmóvil a su izquierda. Se corta la respiración del cuarto, sus manos se unen, y habla tan quedito que no se escucha que dice, esta orando.



El joven trae una bandeja con agua y la sostiene frente al gobernador.



Bien - dice mientras levanta las manos al aire- si tanto piden la muerte de este Jesús de Nazareth, háganlo ustedes- apenas sumerge las manos en el agua cristalina sin dejar de mirar a la conglomeración - que sobre sus descendientes recaiga la muerte de este hombre, yo no seré participe- aletea sus manos para salpicar gotas al piso, toma una franela del joven y se seca las manos - Llévenselo.



Que decepción aquel desenlace. La cara de Chava se caen de sus manos. Después de este veredicto la historia no podrá cambiar, voltea al televisor con los ojos rellenos de lagrimas, su boca apenas se abre entre la espesa saliva que la aprieta, voltea a ver al Cristo que lo mira desde la pared, suplicante, lo van a matar, el lo sabe, todos lo saben, el carga la culpa de todos, y nosotros por no hacer nada generamos nuestra propia culpa.



En la televisión continua la cobertura del evento, pero nadie parece escucharlo, el dialogo se desfigura en notas básicas, en sonidos inentendibles, monosílaba tras monosílabas que adornan el cuarto frío, el humo del café junto al terreno erosionado de la capirotada, los pasos atolondrados desde lejos hasta llegar a la entrada de su hogar.



- Pa´, ya vienen, lo llevan a Poncio Pilato.



El padre levanta la cabeza y asienta al pequeño, no mira mas que a si mismo, hosanna en la tierra, hosanna en la tierra vuelve a repetir en voz baja, cierra los ojos y murmura, tan bajo que casi llega al silencio. Mete su mano bajo el colchón del sillón verde y encuentra el filo de su machete. Se levanta y sale del cuarto, dejando la taza café con canela todavía humeante en la mesa.

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