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Cuando te anunció que es el síntoma de un síndrome, es por que lo dice en serio. Manías que empiezan como curiosos espasmos de la personalidad, y no damos cuenta que de la nada se solidifican con tal naturalidad que parece como si toda la vida hubiésemos sido así. No es tampoco que eres la única, todos tenemos un algo desquiciado que nos hace un poco psicóticos. Pero a veces, esas palabras son tan difíciles de comprender que las usamos sólo por costumbre, sin respeto ni reconocer su pura esencia e implicaciones derivadas.


Inició desde ese lunar, ese que no era tuyo, nunca sino robado de él. Que nos recibiste con la noticia que te mudarías al cuarto de Johnny G, no, nomas no me agradó tu idea. Olvidaste lo que en la loquera solemos diferenciar como: buenas acciones para alcanzar el amor. De entra las máximas está la de alejar al amor de una casa fija por el mayor tiempo posible. Entretenerlo lo suficiente con idas y venidas por un número de espacios multiplicados y lo más lejos entre si. Esto es, según Pherns, para evitar que ahogue las tuberías del drenaje y termine en algún mal momento en explotar en pedazos. Hay que dejar la llave casi cerrada casi abierta, dice él. Podrán decir lo que quieran de su teoría, a mi me parece tan veraz que hasta promulgo con cierta devoción. Es pues que todo lo que se maneja con mucha rapidez, lleva consigo energías que no estamos listos para domar.


Que no me haya parecido la mejor de tus ideas es una cosa, pero honrando nuestra amistad, no encontré razón alguna que pudiera persuadirte de cambiar tu firme postura. Al final, es un saxonofonista excéntrico, famoso en el bajo mundo de Frisco por sus melodías surreales, que sin acompañantes es capaz de encender las fiestas con su yibiyabara yiwubiru y llevar la reunión a un frenesí descarrilado. Cierto, fueron buenos tiempos sin duda, se formó un barrio ejemplar para los tiempos, con Emm, el afro Swits, y el menonita Jacok Fortybe. Volvimos legendarias aquellas largas sesiones de whisky con buz, los discos de Impala repetidos cien veces como fondo de largas y elásticas pláticas sobre la conexión cósmica de las estrellas con los humanos, canales de espejos que forman dimensiones alternativos donde se puede encontrar la niñez de nuestro pasado, sueños que cantan el futuro o gatos que maúllan proféticamente envueltos en fuego. Eran tiempos caóticamente divertidos. Cuando se le antojaba, Johnny G tomaba su saxofón y resoblaba desde el abdomen de su divina alma una inacabable memoria, un pasado olvidado, una alabanza musical sin precedentes que te ponía la boca de rodillas. De pronto, te paraste extasiada, ejecutando con pequeños pasos un hermoso baile, una danza ritual, moviendo tus pies en un raro compás, con tus hombros desnudos circulando sensualmente, tu cara inmersa en un no se que, llevando tu cuerpo a seguir con armonía las notas musicales con tal perfección que alcanzabas en un punto, yo mareado en un enervante delirio, a desconocer si la música seguía emanando del metal de aire, o si no de tu cuerpo oscilante.



Desde entonces no fuiste tú, tu mirada se perdió un poco en quien sabe donde después de salir de esa sesión. Al poco tiempo desaparecieron juntos, corrieron para enclaustrarse en el cuarto de Johnny G por unas semanas (parecido a los años, sólo con diferente nomenclatura) mientras nosotros alcanzábamos la cúspide en insanas fiestas de otras latitudes. Cuando te volví a encontrar, unas semanas/años después, sabía que algo estaba cambiado en ti, con ustedes. Durante la visita num. 76, en la mesa con sucias tazas de café instantáneo, rodeado de unas paredes demacradas, lastimadas como si carentes de atención perdieran su razón para lucir; no había tanto como desorden, era como si las cosas simplemente no hubieran cambiado nunca de lugar, el paisaje de un óleo del siglo XVII transportado al presente; individualmente y sin lo que parecía coordinación, la pareja tomó cada quien la silla exactamente contraria al otro, lo hicieron con tan naturalidad que empecé tarde a notarlo, como aquel preámbulo de un inusitado espectáculo. Cuando levantaron el café al unísono, vi ante mis ojos el teatro de un espejo, dos entes con la posición de sus cuerpos puestos en exacta simetría, reflejo contrario en un rebote instantáneo; ella sostenía la taza con su mano derecha, él la repetía. Bostezos, respiración, ejecución de comentarios con las manos y hasta el parpadeo. Habían llegado a una sincronía maestra. Lo interesante de la reunión fue que nunca me pareció ser testigo de un equipo de nado sincronizado, aquello que sucedía entre ellos era poco de su aprecio, parecía que aquellas almas amantes, ejercían un tipo de combate a muerte, algo que no se bien como explicar, ni por elementos de la física ni menos de la química.


La mezcla de atuendos fue un primer aviso vestido de simple equivocación premeditada de un par de enamorados, tus lentes en sus ojos, sus pantalones en tus piernas. Dejaste la escuela de arquitectura y no abandonaste el bar. Él de pronto, dejó de asistir al bar, dando mate a los jams del QuincyJoint. El barrio pronto lo resintió, sin música delirante la confusión rápido se hizo de las relaciones interpersonales; aquel pensando que hablaba con su viejo músico de sombrero se vería sorprendido contigo debajo, que tienes su sonrisa, tomas el tarro de buz con el dedo meñique que tuerce para sostener el fondo, que corregiste tu forma de reír hasta que se convirtió en la antes risa de Johnny G. Corrían los rumores que Johnny no salía de su cuarto. Alguno dijo que miró un diminuto orificio de la ventana cubierta de aluminio, a él fuera de sus cabales, portando sólo sus paños menores, rodeado de un montón de sucio cartón de huevo, reglas y rústicas mamparas. Nunca volvió abrir esa puerta.


Por lo que a ti respecta, fui explorando sobre aquella tu nueva adquisición. Tu fama crecía por la forma en que manejabas la situación. Nos confundías enormemente, parecías contagiada de un raro virus, tu forma de hablar, de presentarte y de estar eran contrarias a tu forma original. Con leves estudios en medicina, Emm dijo que tenias que calmar tus ánimos, que tus glóbulos estaban implotando convulsionadamente por el trance musical de Johnny G, pero ese negligente diagnóstico lo ignoraste; manifiestas que eres alguien que no eres, pero lo dices con total convicción, tanto que no podemos más que darte la razón. Un día, mientras robabas la atención de Jacok Fortybe, vi algo sorprendente, espiando su plática desde la mesa de la esquina, pude ver como empezaste a morderte los labios con ansiedad, justo y de la misma manera como él se maneja en sus largos silencios. Cuando lo miré, atento, no vi esa mueca tan suya, nunca más la vi. Así, en un breve momento, fui testigo del plagio. Mi asombro no fue para menos, las cosas pasaron tan rápido que ni tiempo de hacer algo. Te volviste el magma del volcán de Santa Helena consumiendo vorazmente a todos a tu paso. Mi equivocación fue pensar en que estaban plagiando, pero era mas b rusco que eso, que cada que te topabas con alguien , robabas enseguida una de sus características y la hacias tuya, y ya tuya la profesas como tuya original, desmientes a quienes cegados por la envidia, te exigen que les regreses sus habilidades, virtudes y defectos.


El problema no fue menor, pronto fuimos perdiendo eso que nos distinguía y nos hacia únicos en nuestro mundo, pronto uno a uno en la ciudad fuimos perdiendo nuestros trabajos, ya que carecíamos de eso que nos hace expertos en un área. Emm enmudeció de un día para otro y no hizo más que vagar por las calles de un barrio chino abandonado. Al igual que los chinos, Swits tomó el primer camión y escapó a México, argumentando que el agua evitaría el paso de este virus que llevaría a todos a la ruina. Yo, como tu amigo, te acompañe hasta el final; claro yo era ya un hombre seco y tonto. En las noches subías con el saxofón de Johnny G al techo del edificio y liberabas melodías ilustradas, notas que se entrelazaban como el fuego sobre entre las ramas. La ciudad, para esto ya no tenía movimiento, era silenciosa sin el tráfico ni el comercio, sin el habla ni la convivencia, entonces desde las sierras de Oakland los vecinos podía escucharse el murmullo de tus hermosas melodías, de ese cada gran, único, e irrepetible concierto que ejercías cada noche en los techos de la ciudad. Nadie sabrá bien como fueron, nadie podría recordarlos, puesto que los pocos que intentaron sucumbieron rápidamente ante ti, que con unos minutos de contacto exaltadas su inutilidad, decías que tú misma habías encontrado el conocimiento necesario para hacerlo tú misma, te levantabas del asiento de la cabina, abandonando a un imbécil en los controles que babeaba con los ojos perdidos en la nada.



La emergencia en la ciudad fue tal que cerraron la entradas y salidas. Te coronaste reina de una ciudad de zombies descerebrados que alababan cada noche con el suspiro de tu música nocturna. A la segunda semana de la cuarentena entró la guardia nacional, y cuando salieron, te llevaron consigo.



Tiempo ha pasado, y la ciudad poco a poco ha vuelto a la normalidad. Nadie recuerda lo que paso, y con las dinámicas típicas de la realidad, no paso mucho para que todos volvieran a lo suyo, la estresante vida urbana de Frisco. Yo a mi suerte, tuve el encuentro con tu departamento, sorprendido de esa vida pasada perdida en mi memoria. Leyendo tus escritos en las paredes pude realizar lo que causaste en mi vida y la de los demás. Aún me pregunto en donde te encuentras, muy seguro en un centro de contención militar miles de kilómetros debajo de la tierra, en un lugar donde no puedas robarte el alma de las personas, por que el gobierno seguro temió por su propia existencia, que una mujer convertida en dios, gobernara con su música el destino de las personas.

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