El silencio se hace presente, como el vacío de palabras que te permite cerrar la boca, evitar al pensamiento y simplemente estar. Los momentos de ahora son fugaces, se pierden por nuestra constante necesidad de pensar, tanto en el ayer, como en lo que habrás de hacer para continuar. Un viaje en coche siempre ejerce esa presión sobre sus transportados. La burbuja de metal que camina sobre el asfalto a una velocidad constante y con un destino especifico, con una rapidez que evita disfrutar de un momento que huye velozmente. Ella se pierde en los árboles que corren despavoridos en dirección contraria. Nunca, pero nunca alcanzo siquiera a mirarlos bien, no pudo encontrar la forma de sus ramas, notar el curioso color de sus hojas protegido por aguerridas espinas. No sabrá que pasando las lluvias, aquel árbol dará una flor rosada y que una vez polinizado, regalara su fruto a quien así lo desee.
Así transcurre todo, en un silencio tan abrumador que empuja a la desesperación de la imaginación. La mente, incapaz de estar tranquila en los cuerpos de los inquietos, empieza a maquinar una serie de escenarios que otorga a las personas que lo rodean. Juzga a través de sus sentidos, que la forma de sus manos, la posición de su cuerpo, su mirada perdida, han de significar algo que lo lleva a uno entre medio.
La urgencia de actuar ante tal escenario se hace presente. Que tal si, esta esperando algo de mi, que tal si, se ha aburrido del viaje, que tal si, no piensa en nada de lo que yo pienso, no, eso no, seguro siente algo, no tengo certeza de que, pero algo. Podría ser odio o amor, lo que da vida o muerte al escenario. La mente que se esmera en crear un escenario no gusta de la muerte, el odio, pues supone le destrucción de la estructura imaginaba, por lo que actúa a su favor, modifica todos los elementos y crea, a su parecer, una ecuación en la que un pequeño acto de su parte es necesario para desencadenar una marejada atorada en un banco de arena.
Cigarrillos se prenden y mueren al instante que renace otro. Construye tácticamente las palabras a usar. El orden de su enumeración podría facilitar el puente de comunicación, o un soplo que desmorone la quebradiza estructura de palillos. Y vuelves a preguntarte, será que me detenga para detenerla, o mejor decirlo en el camino, será viéndola por el espejo o aventurarme a manejar mis ojos a los suyos. Analizas el momento, han pasado ya varios kilómetros de tiempo, y aun el silencio es rey del momento. Tu boca se arma de valor, formas palabras afiladas , así, tan listo para gritarle, la valentía de un guerrero, diezmando al sentido común que te cuestiona el fin de tan atropellada epopeya. Lo ignoras.
El silencio, dios omnipotente, ríe ante el teatro de las mentes. Una, sencilla y apacible que en blanco se dedica a estar en el momento, sin sospechar lo que la mente contraria maquiavelea en su contra, el otro, tan enredado en su propia telaraña que ahora es incapaz de tentar el piso.
El silencio espera el siguiente acto, cuando hablo, se sienta en el asiento vacío y mira el espectáculo que cocinaron en su honor.
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