Se busca persona obediente, mucha experiencia, disponibilidad de horarios, trabaje por el mínimo.
Llega el jueves y los niños del periódico
no pueden gritar con la garganta seca. Suda en el despacho de pavimento un
diseñador desesperado porque nadie recibe sus volantes. Hoy nadie abre la
ventana. En Samborns toman café barato 58 abogados esperando uno de esos
pleitos largos para asalariar su situación. Llega una mona mesera recién recibida
en psicología, la cual gustaría de escuchar las historias de la mitad de sus
clientes y poderlos reanimar de que es posible brillar en todos los ámbitos de la
vida. Lamentablemente ni ella puede superarse. Afuera, un taxi chofereado por
un ingeniero motivado por arreglar el motor de un Atos sin radio, espera que alguno de los jóvenes de la plaza
reciba la autorización para una cita. Hasta la joven mercadóloga que vende celulares en ese stand de los
pasillos espera esa llamada. Una llamada misteriosa. No se sabe cuando, ni de dónde
llegará. No duermen, apenas comen. Esperan día y noche a que los escogen de
entre la multitud. Para recibir un poco de ingreso y comenzarlo a gastar en
nimiedades y al fin poder opinar
tranquilamente desde la butaca que este mundo es para quien lo merece.
Hoy habrá más Djs que doctores. Más
comunicólogos que agricultores. Expulsan cabezas de birrete y diploma con fotografía
ovalada de politólogos, relacionistas y contadores a la banqueta para puestos
que nunca se planearon para existir.
Creo al final todos nos
volveremos vendedores (de mente abierta), porque en plena crisis, es el único empleo
que no ha mermado en el aviso de ocasión.
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