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Hoy nací con un nuevo dolor. Un pequeño monstruo feroz, de dientes afilados y garras que a la vista lucen nada saludables. La bestia muerde rabioso mis músculos, tal cual su hambre solamente fuese satisfecha por ésta mi carne, pronombre del mejor taco de la zona. Desde primera hora, no me abandona en ningún momento. Invade toda mi privacidad. Por la madrugada lo encontré abrazado a mi debajo de la cobija. Se baño con mi mismo jabón. Se vistió con mis prendas. Ni el agua ni el insulto lo espanta. Es aferrado de grandes ligas, tal como su dueño. Incapaz de agacharme, camino con las cintas desabrochadas, dejo pasar monedas de gran valor en el piso, imposible mover bichitos en la autopista de las ciegas piernas. Entonces comprendo su interés por estar conmigo por el día completo. No me apetece en lo más mínimo. Maldito dolor estropeas mi paz. Y sin embargo me dice, compa, existo aunque no siempre te visite.
Ante lo inevitable, decido por un recibimiento con honores al visitante de paso, uno al que atenderé con el lujo del motel de las afueras. Un visitante que solito se retirará cuando reciba de mi parte un tacto amable y excelso comfort de primer mundo. Un visitante que no aguantará la paz del reposo y de una musiquita suave, mientras el sol me acaricia la piel en la punta del balcón.
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