Hubo la promesa que sería eterno. Que todos tendríamos todo lo mismo, el sueño, la casa dorada, coches de lujo, un romance de película. Pero el sueño se volvió una pesadilla. Hubo un momento en que los dias se perdieron en sus ansiedades por conseguirlo, en tristezas crecientes y miedos cultivados en ciclos; siempre mirando exactamente a donde fueron obligados a mirar. Allí donde hay nada, los anuncios prometen todo. Desde afuera se levanta el oscuro palacio de Lecumberri. Pero hay truco. Los barrotes fueron herrados en aire, las paredes levantadas con falsas promesas, la boca de luz ilustrada con crayola. El actuar de la secta de los gregorianos fue perversa desde el inicio. Una astucia premeditada, engatusando a cada día para que participase en una ópera de mentiras. Sin pensar, uno a uno fue cayendo en las fauces de una prisión sin sentido. Se formaron divisiones, se le repartieron camisas, efemérides, asuetos y un todo repertorio de actividades, sensaciones y limites en el que cada día podía moverse sólo y sólo si no se quebrantada aquello prefabricado. Sirvió por un tiempo; la repetición constante se vuelve costumbre. Pero fue hasta que el mismo tiempo hizo ver a los gregorianos que hubo un error, uno grave. Dentro de todo, hubo una fuga. Un idealista que salió caminando tranquilamente por arriba de las falsas fronteras; derrumbó el templo de la esclavitud y volvió con esa lucidez que brilla en las palabras, para recordar que todo ha sido libre desde el principio, y que sólo basta mira al cielo, y respirar.
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