Al alquimista
A la espera de los últimos 50 metros, comprendió que su hermano lo había olvidado. No era la primera vez que lo hacia, tantas veces esperándole afuera de la escuela, saliendo del cine, en el baño de casa de su novia, solo quedó el pobre, apachurrado en las gradas sin una sombra con quien platicar. Lo peor era que esta vez la ausencia de traje de baño negó cualquier intento de chapotear; a lo lejos la mirada militar del salvavidas custodiaba las instalaciones contra cualquier intruso, robándole cualquier posibilidad de nadar en calzones. Un sentimiento de resignación invadió su cuerpo, esperar ya no era una opción. Voltea a la derecha. Voltea a la izquierda. Tardó un poco en pensar, armar el plan de escape, alejarse a como de lugar de ese gran lago donde su hermano entrenaba, huir, abandonar por siempre aquel aburrimiento. Mira detrás de su hombro a un ligero viento que a lo lejos mece las hojas de enormes eucaliptos bajo el sol. Se convence que no tiene sentido esperar a su hermano sumergido en una carrera sin final, se levanta y camina hasta el final de la grada vacía, baja a brincos del inmueble y entre saltitos cruza por los charcos de la loza evitando a como de lugar que el chapoteo de sus dedos fueran a llamar la atención. Pasando el arco de las regaderas, última frontera, nota un agujero en el enrejado color verde. Imagina al cerdo salvaje que corrió despavorido por entre los campos y con su fuerza dejo aquel enorme agujero.
Se le dibuja una sonrisa en la cara, vislumbra su propia salida, escapar por aquella ventana abierta a la libertad. Acerca su mano para levantar las afiladas puntas de metal, evitar su notoria intensión de acariciarlo. Alza un pie al aire y sosteniéndolo un poco, tuerce la nuca empujándola en una curva perfecta hasta llevar su cerebro a comprender que está del otro lado; sabia que la parte mas difícil venia con su espalda, puesto que sus ojos un poco perdidos entre el bosque de eucaliptos, habían de calcular todos los movimientos con una ecuación invisible, una métrica imaginaria que implicaba el mayor de los trabajos neuromatemáticos. Por ello se motivó al hombro derecho que retrocediera un poco para que su columna se columpiara de ida y vuelta. No era un paso fácil, le entro un miedo en el acto, pero no podía perder tiempo en armar alguna excusa ante las autoridades pertinentes si la detención se ejercía. Era ahora o nunca. La atención se centró en el pequeño dedo índice de su mano derecha que funciona como gancho de equilibrio, la base de un pie izquierdo al otro lado, mientras su otro pie se aferró al piso como al filo de un gran cañón; desconoce la existencia de un paraíso al otro lado y ¡temeroso prefiere quedarse a esperar hasta que los otros encontrasen lo que buscan. Pero tal escenaro es imposible, bien que el cuerpo ha sido educado con la regla sagrada de nunca dejar a nadie atrás. Así que la rodilla aprieta fuertemente del hombre del pie, lo mira fijamente y lo hace correr en un enorme brinco sobre las púas del enrejado.
Un silencio invadió la secuela de segundos. El asombro por la explosión del instante dejó a todos boquiabiertos, el pie tirado en la tierra con los ojos apretados, imaginando que la oscuridad significa el fin de todo, que la espalda sufrió hasta su último suspiro enganchado entre las púas del animal ferroso, que su pensamiento eran los veintiún gramos de su alma alejándose de él, todo hasta que el roce de una pluma que cosquillea sobre su lomo llama su atención, apenas entreabre un ojo, el destello de la luz acarreando un olor a eucalipto, el fondo de una pradera interminable de océano vegetal. Enseguida continuaron los aplausos y felicitaciones por su valentía, mientras la rodilla, vieja guerrera prefirió regresar a su puesto y ver todo desde lejos.
Para el pequeño, sintiéndose libre por primera vez, sus pies descalzos eran el primer contacto con un sentimiento que desconocía. La caricia de la tierra, la pasividad de los enormes troncos con hojas, el río de oxigeno que entraba por sus fosas nasales, la pureza de un mundo perdido. Era la adrenalina de los primeros exploradores, de ser los primeros ojos en ver lo que ve, un paraíso habitado por miles de seres mágicos hasta ahora sin nombre. Miraba a su alrededor el paisaje de una postal que no reconocía, pero aun así le parecía que siempre había sido suya.
A su alrededor pequeños insectos alados que se acercaban hasta la punta de sus pestañas para tener un mejor vistazo del nuevo inquilino. Revoloteaban animosos para saludar, bien sabido su volátil hospitalidad. Miles de ojos aparecieron entre los recovecos del madero, debajo de las rocas, por entre las nubes para encontrarse al príncipe que avanzada por el bosque sin premura.
Un boquete de flores lilas se levantan lo mas alto posible y muestran los pistilos llenos de miel. Las abejas se suspenden sobre ellas, seducidas y excitadas. El pequeño se acerca, tira su retaguardia al son de la gravedad y cruzando su rodilla derecha como soporte le permite en el instante del descenso cruzar inmediatamente las piernas hasta quedar en posición de flor de loto.
El pequeño acerca sus sentidos hasta las flores, un vaivoneo mareante las sacude, una abeja extasiada en un baño de champán de polen, la flore tiesa lo mira en su lecho con los ojos rellenos de amor.
A milímetros, su rodilla funciona lentamente como eclipse de luz para un hormiguero ciertamente antiguo. El repentino ocaso irrumpió como trueno a la rutina que parecía ser de horario matutina, ahora innegable vespertino; rompe las líneas de engranaje de recolección de avellanas y pétalos de león. Las antenas apuntan despavoridas por respuestas, dado que una que se detiene frena a la siguiente e así en reacción en cadena hasta de repentino que todas libres de sus labores han puesto a mirar aquel acontecimiento jamás experimentado. Una hormiga corre despavorida con la imagen bien guardada en algunos de sus tres ocelos, corre entre las demás por los túneles de la gran colonia, el camino recién reabierto ahora con adoquín amarillento , faroles funcionando a través de un ingenioso sistema de hormigas que alimentadas por una sustancia sacarosa cosechada en la colonia, daba la capacidad de arder lentamente hasta consumirse junto a la oscuridad. Por ello la hormiga corría con mayor adiestramiento, entre los cuartos comedores y salas de descanso, viró a la izquierda para bajar la gran escalinata real donde se tiene un mejor vistazo de la arquitectura helénica del hormiguero, millones de hormigas caminando a sus labores diarias, repartidores de frituras de girasol, imponentes tenazas de los drones rojo fuego dedicados a la dirección de tráfico, un gran desorden con un lujo de ordenamiento ejemplar, pero abajo nadie parece estar al tanto del fenómeno astronómico que al momento sucede en el exterior. La hormiga olvida la escalera burocrática he irrumpe en la sala de la reina. La conmoción obliga la guarda real a sostenerlo ferozmente, pero la hormiga sabiendo de su labor para con la colonia exclama.
– El quinto sol ha bajado, se ha cumplido la profecía.
Vociferaciones impregnaron el cuarto real, comensales y generales dudando de una obrera de la 37va generación como mensajera de una antigua profecía. Una situación inusual para el día, pues bien es sabido la demencia de la reina, matriarca por una centuria de la colonia, que había construido la metrópoli con el solo objetivo de la llegada prometida. La contundencia informativa no fue siquiera capaz de sacarla de su transe, hablando en voz baja en antiguas lenguas muertas que solo pocos de sus ayudantes podían interpretar.
Un repentino temblor, que luego se confirmó con un registro de 7.5 de intensidad, obligó a la colonia entera a efectuar los planes de evacuación. El tumulto salió con las patas al pecíolo, la parte mas vulnerable de sus cuerpos. O gran sorpresa para todo ciudadanos al ver afuera que la noche del quinto sol yace frente a ellos. Varias se arrodillaron en lagrimas, generales y comensales asombrados, la reina cargada por una cama de hormigas mudó al silencio. Las primeras hormigas, las obreras que fueron testigos presenciales del eclipse, ya ejercían un baile desenfrenado, girando la cabeza de un lado al otro mientras desde el tórax se mecen a una velocidad intensidad. Las primeras efusivas decidieron caminar hacia él, subiendo por una nube carnosa que les prometía la eternidad, las demás empezaron a imitar a las primeras en un acto de cataclismo. Comenzó un baile catatónico desde el ombligo, en las piernas y sobre el pezón, corrían sin control desde el hombro hasta el dedo pulgar.
Aquel cuerpo sagrado pronto morfó de color, ahora volviéndose tan rojizo como las hormigas que convenían en una celebración desenfrenada. Una hormiga llega hasta el oído del niño, dos lo toman de la mano y lo llevan al frente de la reina que lo mira con aquellos ojos que le recordaban a su madre, cariñosa le acaricia la mejilla. Acto seguido dos comensales se separan dejando ver una joven princesa hormiga con la mirada baja pero coqueta, el la mira con un resplandor de sorpresa.
La algarabía no esperó mas. El trato mas que sellado. Llego un momento en que todas las hormigas estaban reunidas alrededor, cantando y dando vueltas unas con otras. Era claro que el príncipe había llegado para llevar a la colonia a nuevos horizontes, donde quiera las hormigas los veían y doblando su cuerpo juraban su lealtad al nuevo heredero. Pronto la ceremonia se realizaba con todos los rituales pertinentes, con la mirada de millones de hormigas sobre el cuerpo del niño, madres llorando, pequeñas larvas sobre los hombros de las obreras atentos. Una ceremonia hermosa de un futuro prometedor
De la nada la ceremonia se suspende cuando llega corriendo la madre del niño. Explotó en lagrimas, lo tomó en sus brazos y apretó a su cuerpo. Lamentaba seguro que no estuvo a tiempo para su niño, que nunca recibió una invitación para la coronación.
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