Vuelos de Carton

VUELOS DE CARTON

 

 

 

Los comentarios en el domingo familiar no se hicieron esperar. Pero era predecible, su padre había aceptado el trabajo en el mercado La Grande, dejaría atrás su taller de herrería para supervisar latas de frijoles formadas en firmes. Manuelito sintió una extrañeza con el candado bien encadenado sobre la reja del taller en Periférico. El olor a soldadura que se impregnada en sus ropas, chispas de calor como lagrimas del sol, todo ese mundo que había adornado su infancia ahora se volvía un recuerdo de baúl.

 

Manuelito acompaño a su padre al trabajo como cada sábado. En la puerta trasera del mercado era donde su padre supervisaba la llegada de camiones cargados con un centenar de cajas de cartón. Contienen los productos que llevan en diablos al refrigerador, desempaquetan y luego a los estantes, a las manos de clientes que los pagan en  la caja registradora y luego en bolsas de plástico van desapareciendo de la lista de inventario.

 

El niño fue  inventado juegos para pasar sus sábados en el mercado, camino por todo tipo de rincones de este nuevo mundo por explorar. Conquisto con éxito las cuevas mortuorias donde descansan boca arriba horribles monstruos con la piel de fuera, paso alado de  torres platinas con fríjol y elotes desgranados donde se esconden duendes mágicos. Mas ninguno tuvo tanto impacto como lo fue el escombro de cajas de cartón que yacían muertas afuera de la puerta trasera.

 

Un día llego un pepenador, Maclovio, y pidió a su padre permiso para llevarse las cajas de cartón que acumulaban sin uso. Al dueño le resulto apropiado deshacerse del basurero y accedió al servicio gratuito del hombre. La cara de Maclovio se fijo con una inmensa sonrisa sobre los blancos cartones para el huevo y los naranjas donde traían los brócolis del valle.  Hablo unas palabras a los cartones. Su padre amarro a Manuelito entre sus brazos y le dijo al oído que no se acercara a ese viejo que había perdido los tornillos por los vicios de la calle. Manuelito se quedo a unos metros de ese hombre que cargaba el peso del cartón sobre un pequeño carrito de mandado custodiado por una jauría de perros. Sin duda ese día le cambio la vida.

 

A los años, saliendo de la preparatorio, Manuelito continuaba con la idea de esas cajas que semana a semana se reunían inertes, sin los ojos de alguien que los tomara en serio. Investigo un poco sobre el trabajo de Maclovio y encontró la razón de su tarea, que cerca de la carretera que lleva a San Felipe estaba un negocio que compraba a mil pesos la tonelada de cartón. Le pareció increíble la posibilidad. Le comento a su padre la idea de reciclar los cartones que se reunían en el trabajo, obtener algo de dinerito para pagar los altos costos que conllevaban su noviazgo con Patricia.

 

Así desde ese día, el dueño accedió a ceder los cartones solo a Manuelito, que con una pick up cargaba y llevaba una vez por semana a la recicladora. Al poco tiempo su suerte creció, la bendición del dueño del mercado venia con añadidura a otros varios amigos suyos que de igual manera desechaban enormes cantidades de cartón. Dulcerías y cantinas, la frutería y dos farmacias del centro. Y es que lo que no muchos saben, mas que Maclovio que para esos tiempos había desaparecido de la ciudad, es que todo lo que uno compra en el mercado se transporta adentro de una envoltura de cartón. Y un mercado nunca para, por que la gente nunca deja de tener hambre. Así empezó el lucrativo negocio de reciclaje de Manuelito. Iba y venia desde los locales hasta la recicladora, donde veía sus cartones sumergirse en las aguas del pozo que les devolvía la vida, listas para las labores que mantenían  a la ciudad con vida.

 

 

Los dias se volvieron años, la empresa se mantenía, el ya nada joven Manuelito, lleno de arrugas y cicatrices en los brazos por las cortaditas del cartón cuando roza con su piel,  continuaba con la misma troca removiendo los malentendidos cartones que diariamente se vuelven residuos en los locales. Y no le iba mal, pero de allí no se movió para nada.

 

Alcabo de mas años, empezó a sentir como le pesaba su cuerpo. Había perdido fuerza, fue invadido por dolores en la espalda a causa de la rutina de cargar cartón. Había probado pomadas y menjurjes naturistas, masajes y medicinas, pero la ciática no tenia mas remedio que cobijarse en el dolor. Por lo mismo le era imposible dormir. Había adquirido la habilidad de sobrevivir las noches sin sueño.

 

Me estoy volviendo viejo, pensó. Miraba los cartones mientras tomaba una caguama afuera de su casa. Allí los miraba en la espera, al ojo común destruidos por cargar el peso de galones de leche y pollos congelados,  pero el sabia que vivían despreocupados, pues bien sabían que tenían al súbdito de Manuelito que los llevaría de nuevo a su fuente de la eterna juventud. Ellos serian jóvenes de nuevo, día tras día, año tras año, el mismo cartón existiría hasta el fin del los tiempos.

 

Justo terminando de pensar  acerco la botella para matar el ultimo sorbo de cerveza, que habiendo quedado al fondo de su botella perdió irremediablemente su frescura. Cuando la ingirió sintió con asco la cerveza al tiempo. Miro la botella vacía con una cara de desprecio mientras el sabor invadía su cuerpo, la sintió, mortal, miro el cuello de la botella amarrado a sus dedos, inerte, sin movimiento ni vida. Un repentino estruendo de ira le removió las viseras. Alzó el brazo y alejó la botella de su mano, girando sobre el aire hasta estrellarse sobre el pavimento y formar un millón de estrellas en el manto. Se levanto de la silla y entro a la casa. Patricia había terminado de preparar unos sopes de requesón con nopal, dejados en el comal para cuando Manuelito quisiera comerlos. Los vio, fríos, tomo un pedazo y probo, estaba desabrido. Enseguida lo abandonó y fijo su mirada en Patricia que veía la telenovela de la tarde. Se acerco a ella y tomo su cara con un beso violento. Ella lo acepto con una mirada de sorpresa. La manos de Manuel empezaron a sumergirse entre las ropas de Patricia, sintió su piel, ya no era la lisa Patricia que conoció en la preparatoria, sus senos no eran los firmes y redondos frutos que había probado, y justo allí, cuando estuvo a punto de penetrarla, se dio cuenta que su cuerpo no reaccionaba a su impulso, que había perdido el control sobre si, no era dueño de su cuerpo que ahora caía por gravedad en la telaraña del tiempo. No durmió durante la noche. Ella roncaba un poco, un ligero silbido por la apertura de sus labios. Miraba el techo como buscando una  respuesta que no descifraba.

 

Lo que paso después no se habla en la familia en los domingos. Uno supone que contrató un chofer para que llevara las 15 toneladas de cartón que había acumulado en la semana de trabajo. Fueron llevadas como siempre a las puertas de la Recicladora de la carretera, pesado y pagado al chofer su dinero al instante. Los cartones se acumularon con los traídos esa misma madrugada por los choferes y pepenadores de la ciudad, e  ingresados en el pozo de la maquina recicladora. Adentro de un cartón que alguna vez tuvo la fuerza de cargar una lavadora estaba Manuelito, sereno, con las manos sosteniéndose en las paredes de cartón. Escuchaba el rozar del cartones, el agua que empezó a rellenar los huecos entre ellas, las aspas que convirtieron al cartón en apenas pétalos de flor, acumulados como pasta en un tanque de acero inoxidable y puestos a cocer en el Monstruo, un horno de capacidad industrial. Se escurre la pasta sobre planchas de metal para que en unas horas el cartón luzca renacido. Para la noche, los comerciantes de brócoli, las lecheras y una maquiladora de televisores pasaron por sus pedidos de doble pliego y corrugado.  Y como cada mañana hicieron su entrega de 20 cajas de calabacitas y frijoles ha la puerta trasera de un viejo mercadito del centro.

1 comentarios:

Unknown | 11:50 p.m.

ayy batalle tanto en volver a encontrar la contraseña de mi blog ke olvide los comentarios! ash