Favor de accionar antes de la lectura.
Gracias por su comprensión.
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Cuando salgo de trabajar siento unas terribles ganas de gritar. Me paro frente a mi hogar y veo a los adultos llegar al igual que yo de sus trabajos. Saludos aquí, saludos allá. Y eso no es capaz de calma mi ímpetu por romper el silencio. Dejo mi mochila. Tiro mi llaves. Entonces, simplemente grito. Un potente y notable grito. El cielo se rompe su silencio. Aulló con fuerza. Mi eco me acompaña. La luna se asoma inquisidora. Entonces la veo. Entonces le aúllo a la luna. Le aúllo como si fuera un halcón de caza merodeando su presa. Pero mis ladridos de lobo gris la escaman. Entonces se que la luna sabe que soy un humano, y que conmigo no debe meterse. Y ya que queda concluida mi victoria, entonces aulló de alegría, corro de esquina a esquina, salto a la calle y doy vueltas eufórico entre mi voz. De las ventanas veo a los pequeños vecinos verme. Una puerta por otra se abre y gritos agudos y graves, femeniles y masculinos comienzan la ruidosa conquista de la calle. Reunida al fin, una ávida jauría comienza aullar a todo pulmón. Uno suben a los árboles y cantan como macacos, otros corren de la mano y uno mas se tira al suelo riendo a carcajadas. Los guardias de seguridad llevan estáticos a una cuadra de distancia. Desconocen las razones de la rebelión. En sus ojos brilla el miedo. Los padres también deciden cerrar con dos seguros. Miran incrédulos. Desconocen su joven carne. Y es que cuando los niños tomamos el control, el orden del desorden es pura felicidad.
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