Diario: Sábado de Coachella
Por Renné Sánchez
El padre sol se había levantado temprano como de costumbre. Fue un día especial, una sorpresa cuando a lo lejos, en medio del desierto, notaba la reunión de gentes de todos los colores y formas posibles. Su emoción crecía, sin saber que por los poros expedía un calor que subía los termómetros terrestres.
Abajo los humanos sentíamos ese calor desde las 10 de la mañana. Un desierto sin nubes, con algunas palmeras datileras que dan pequeñas sombras donde esconderse. Pero las filas de humanidad en el Festival de Coachella no se dejaban vencer fácilmente. Al contrario, la energía pura directa a la piel, mujeres vistiendo ligeras faldas, pies envueltos en sandalias, hombres que sin pudor mostraban cuerpos duros y panzas flácidas. Los ojos se esconden tras gafas oscuras, y aunque el sudor rellena la dermis como la brisa en la arena, no es capaz de difuminar la energía generada por la expectativa del festival.
El terreno que acoge el festival esta alejado de la ciudad, que a su vez no me atrevería a decir que Coachella sea una ciudad, mejor como un pequeño pueblo de ricos, ermitaños del desierto.
Para sorpresa, el terreno que acoge los automóviles esta sin costo. Cuando pensaba que en el país estadounidense todo tiene costo, aquí llego a encontrarme con organizadores altruistas. Bueno no altruistas, buenos administradores. Te hacen sentir que tu gasto es bien remunerado.
Como mal les había contado, pensando que serian 100 dólares del boleto para entrar, me vine enterando que el día del evento subía 20 dólares mas. No había largas filas, pues muchos habían comprado sus boletos por Internet, corroborado por un papel impreso con la insignia de Ticketmaster y un condigo de barras.
Una vez adentro, sientes el césped de un campo bien cortado. Impresionantemente perfecto. El escenario principal se erige al frente del terreno, y a los alrededores las múltiples figuras de cuerpos en un pacifico y alegre estado espiritual. Gente camina descalzo, mujeres en traje de baño, hombres convertidos en seres mitológicos, colores, olores y muchos sabores.
El festival de Coachella no solo se distingue por su magnifica música, sino por su espectacular exposición artística. En estas la creatividad rebasa la imaginación común. Enormes estructuras salidas de dimensiones sensoriales apartadas de este planeta. Manos electrónicas gigantes y serpientes con la vida de fuego. Estructuras geométricas alimentadas de formaciones lumínicas espaciales. Árboles gigantes simulando nuestra vida como un pequeño mundo de duendes. Todo lo posible para que las instalaciones artísticas llevaran al espectador a experimentar mundos que solo existen en las mentes menos amaestradas.
Al calor del sol la música resuena en los 5 escenarios dentro del terreno. Distribuidos inteligentemente para que el sonido de uno nunca opaque la música del concierto aledaño. Pues son tanto los grupos, que muchos conciertos son ejecutados simultáneamente. Por ello el espectador tiene que organizarse un poco, saber a donde ir, a quien quiere escuchar.
La gente descansa en el césped mientras mira a lo lejos las guitarras rechinar a los lejos. Los desalmados nos adentramos entre empujones a la cercanía de los artistas. Los bailes y las manos se alzan con el retumbar de la batería, el retoque del bajo, y la hermosa lírica de un teclado bien sincronizado con el tiempo. Hay quienes inmóviles pueden disfrutar de la música, la digieren rápidamente en su organismo. Los muchos otros no sabemos que hacer con tanta energía. Nuestras piernas se empiezan a levantar, el cuello gira 180 grados, la boca enseña los dientes y el vientre se contrae.
En cada escenario se da un baile ritual único. Es diferente moverte al son del rock funk de TV on the Radio que al estruendo electrónico de Crookers. Nomás me acuerdo siento la piel chinita. Hay algunas personas en este mundo que tienen tal capacidad de manipulación de los sonidos, que con solo tocar su instrumento causan una catarsis de movimientos en las multitudes que los ven. Abajo, todos extasiados nos dejamos llevar por el baile, el show de colores y electricidad láser que se refleja entre nosotros y el mismísimo cosmos.
Los delirios de la gente se vuelven reales en la noche, cuando los colores saturados se convierten en figuras amorfas. La gente baila, grita, reborbotea en su sudor, abriendo sus poros y captando la energía que se desprende entre todos para formar un solo ser.
Multitudes caminan en manada de entre escenarios. Unos buscan desvestir su alma en los beats de Chemical Brothers y MSTRKRFT, otros deciden dedicar a The Killers el tributo de ser la orquestra final de la noche.
No hay quien pueda decir quien fue el mejor interprete de la noche. Cada mente tiene al suyo, cuerpos felices que caminan a la salida sin entender bien que fue lo que aconteció apenas los segundos pasados. Unos compran camisas, unos guardan su boleto de entrada en su memoria, es todo lo que nos queda, esa pasión de la música, esa que te transporta a otros mundos fuera del tuyo, y que por momentos, te vuelve inmortal.
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