Yo creo con tristeza que las ciudades están cimentadas con carros. No es difícil imaginar las horas pico de las ciudades, lentas filas de automóviles que como hormigas esperan pasar los altos y los semáforos, largas avenidas de 4 o 5 o hasta 6 carriles atascadas de pequeños aparatos metálicos que nos transportan de un lado a otro. Por las venas de las grandes urbes mexicanas circulan las llantas de los camiones urbanos, de carros chocolate y automóviles de lujo. Toleramos una ciudad contaminada con altos niveles de smog y horas de estrés por pasos a desnivel espectaculares, toleramos eso mientras mas crece la ciudad, toleramos los dolores del progreso por la satisfacción del progreso. Nuestras vías, nuestras calles de chapopote están unidas a puentes que en pocos años se atascan de carros, contamos con un sistema de transporte urbano deficiente y mal entrenado, que más mata a las personas que transportarlas con seguridad a sus lugares buscados.
Yo soy bicicletero. O eso intento en una ciudad que no me quiere del todo. Mi bicicleta me la regalo mi padre. Recuerdo el día que me llamo un viejo norteño diciendo, ¿tu eres Víctor?, si le respondo, yo también me llamo Víctor, tengo una bicicleta que te mando tu papa, el Dr. Víctor. Que cosas. Es de color cian y tiene largos manubrios. Es larga y no tiene cambios, se que viene de California, tiene el estilo de Newport Beach, pero por circunstancia que desconozco terminó en un tianguis fronterizo, de donde la compro mi padre, y en el momento que la encontré arrumbada, yo la pedalee de nuevo y por uso se convirtió en mía.
Andar por la calle no es cosa fácil. Tus ojos están mas atentos que los focos de una cárcel mexicana, tienen que estar muchísimo mas. No solo es evadir carros, es ver los baches, checar las direcciones, tener cuidado con los peatones, evadir a los perros que persiguen tus pies con un odio del cual aun no concibo definir su razón. En fin son muchos los peligros, pero déjenme les digo, el gusto de manejar una bicicleta lo justifica. Desde niño he gustado de andar en bicicleta, o baica como le decimos en el norte. Digo admito sin culpa, que por periodos de mi juventud me deje llevar por el carro, tiempos en que la novia gustaba que pasara por ella a dar la vuelta en mi carro Celica 90. Pero como tengo hermano y también lo usaba, había veces que en bicicleta la iba a visitar. Les digo, nada más bonito que regresar después de los besos con la novia de tu corazón en una noche de bicicleta.
En fin, en mi nueva ciudad, esta gran urbe en nada comparada con mi pueblo norteño, andar en bici es casi mal visto. Pero un buen día me llego un correo electrónico. Hablaba de un evento, de armar un Critical Mass, o Masa Critica, traducción para la raza. Yo no tenía idea de lo que significaba tal concepto, pero me lo mandaban por que soy afín a los movimientos bicicleteros de la ciudad. Existen varios, si, exigiendo derechos para tener vialidades con más seguridad, tener el privilegio de compartir la calle con los automóviles sin que nadie invada a ninguno. Pero obvio, es raro que los gobernantes escuchen a sus gobernados. Un día escuche de un señor, que no debíamos decirles autoridades o gobernantes, ni que fueran que, si nosotros les damos trabajo, si nosotros les pagamos su sueldo, son solo servidores. Bueno, pues la cosa del correo electrónico es que teníamos que juntarnos todos los bicicleteros el sábado a las 4 de la tarde en Plaza Escorza con nuestras respectivas bicicletas, muy cerca del centro.
Cada quien toma su ruta personal para llegar, y yo me fui solo por no tener pareja que quisiera ceder su tiempo a una manifestación tan inusual. Rondaba entre pequeñas callejuelas para no tener que escuchar los desesperados gritos de los conductores en sus automóviles. Los conductores son despiadados saben, como que pierden noción de todo cuando manejan, perder dos segundos de su tiempo como que se les convierte en una eternidad, me parecen mucho mas animales que civilizados. Ya que llego, veo un montón de gentes arrimados con sus bicicletas. Eran vastos, calculo unos 300. Cada quien con su bicicleta bien acicalada. Están los que tienen sus poderosas bicicletas de montaña, con buenos amortiguadores y unas llantotas que ponchan a cualquier clavo osado. Las niñas decoran sus bicis de colores llamativos, rosa, verde o rojo caramelo, tienen sus bocinas de aire que a mí parecer generan un ruido igual de molesto que el claxon de un carro, también montan canastillas y algunas hasta ponen serpentinas en los manubrios. Muy monas. De vez en vez se nota una pequeña placa en las bicicletas. Son cuadradas y pequeñas, y por lo general la adjuntan a la parte trasera de la bicicleta. Es el símbolo de una bicicleta y dice: Hoy si circula. A lo lejos esta Bill mi profesor de ingles, esta Karenina una hippi muy luchona y Daniela, una amiga de Tijuana con quien llevo clases. Veo que hizo eco la movilización. Todo mundo anda con júbilo, ansiosos esperando el momento. ¿Pero momento de que?
Como dato general habré de dedicar este párrafo a la historia de los Critical Mass. Dicen que el Critical Mass nació en San Francisco. Allá por los años de 1992 y que se inventó por que la gente estaba harta de que no pudieran andar en otra cosa que no fuera su automóvil. Les cansaba tener que pagar tanta gasolina, tener que perder tanto tiempo, tener que ganar tanto estrés a tan alto precio. Y que pues tomaron la calle con sus bicicletas, anduvieron en ellas así de nomas por nomas, y desde ese momento una vez al mes han tomado las calles para exigir su derecho a tener vías alternativas para ciclistas.
Volviendo al sábado, ya como a las 4:30, se vuelve la hora decidida. Justo cuando se pone en rojo el semáforo de la avenida de junto, parten 10 bicicleteros y toman la calle. Se escuchan los gritos, las risas, brincan desde las banquetas más altas los jóvenes con bicicletas arregladas. Y así nos metemos todos a la calle. Entre todos tomamos los cuatro carriles de la avenida y avanzamos felices de la vida. Que importa ahora que los carros tengan que detenerse, si nosotros también tenemos destinos a donde llegar, o si lo quieren ver de una manera cruda, pues nosotros también nos convertirnos en tráfico.
Hay van todos los ciclistas avanzando por la avenida, un señor lleva a su perro Cocker Spaniel en una caja que adapto en la parte de trasera de su bicicleta. Saca la lengua el can y mira el panorama. Le han de parecer curiosos los actos humanos, cuando el perro camina sin problemas entre las calles y su casa en busca de amigos y amantes. A otra velocidad en el contingente va el padre que lleva en un cómodo asiendo a su pequeña que saluda a carros y bicicleteros por igual. La madre feliz de la vida justo detrás mira a sus dos incondicionales manifestarse de forma pacifica y por demás saludable.
La gente nos mira con asombro. No esperaban tantas bicicletas, tantos gritos, tantas sonrisas para los que mientan la madre desde sus automóviles. Las palabras se las lleva el viento y se la comen las nubes que transitan con nosotros.
Arriesgaos nosotros, osados bandoleros de la bicicleta, que nos atrevemos a rondar la glorieta más representativa de la ciudad. No nomás una vuelta, unas dos para que amarre. “¿Servirá de algo? “Me pregunta un señor. “Quien sabe”, le digo, “no soy de aquí, pero se que a una calzada de por el centro que ya le andan poniendo su ciclovía, de a calle por calle tendrá que ser”. Sonríe y continúa pedaleando.
Bajamos pasos a desnivel y subimos los puentes. Las nubes se ven tan cerca que hasta dan ganas de acariciarlas, y en la bajada la velocidad deja liberar mis brazos para sentir el aire llevarse el estrés de mis poros. Un manifestante que conduce en una bicicleta bastante tumbada (bajita) lleva un cono en la cabeza, y una chamarra con una sola frase en la espalda: Esperanza.
Con una mano fotografío y con la otra manejo mi bicla, sonrío al tráfico, sonrío al de alado, ya saben sonreír, de esas sonrisas que no se quitan con un solo acto, esas que duran. Después de casi 40 minutos de pedalear por la ciudad, llegamos al punto final de la travesía. Hicimos nuestro punto, nos dejamos fotografiar por los periódicos e insultar por los desesperados automovilistas. Que importa, la idea ya fue dada, ya fue transmitida, y arriba de la torre de Niños Héroes un ciclista levanta su bicicleta como si fuera un trofeo. No puedo decir que ganamos algo, ni que mañana el alcalde de la ciudad tomara cartas en el asunto, tal vez ni se entere, pero eso no le quita la fuerza del acto. Y que cuando uno quiere, y que cuando todos queremos, las cosas pueden cambiar, y como dice la camisa del señor bicicletista con el conito, lo último que muere es un acto: la Esperanza.