Un niño no deja
que las cosas alrededor lo muelan. Imita llorar para llamar la atención. Sana
sana colita de rana y un beso de mamá. Aparte tiene amigos alados que tiran
bolas de fuego por la boca y de mil brazos para derrotar cualquier enemigo. Te
huye despavorido entre las ramas y las nubes, y es que no entiende nada. ¿A qué
juega juegas tu? ¿De que color es la piedra que usas como automóvil? ¿Por qué
sufres con tus juegos? Si no te gusta pide quimis, o juega otra cosa, yo que
se. Mira arriba en la punta de los árboles donde habitan osos malabaristas que
descansan los martes de bolis de limón. Persigue las catarinas para dárselas a
su noviecita que hace pasteles yumi yumi de chocolate con ingredientes mágicos.
Aquí hay todo lo que se necesita (excepto chispitas). Son inmortales, reviven
después de cada guerrita, corre por campos minados y aunque caiga, no tarda en
levantarse y seguir al juego siguiente (sólo una madre puede derrotarlo jugando
el cruel juego de castigos en el área de postres) Los mangos no piden modales para ser mordidos, dice un niño
manchado hasta el ojo. Corre descalzo y come lombrices como espagueti, raya
paredes con animales aún por descubrir. Sin satélites mira lo que habita en
lejanas estrellas. Todo a propósito de las niñas y niños que juegan a ser
papas, a ser médico, que construyen ciudades, juegan a la empresa, y al fútbol;
que no muera nunca esa chispa por jugar y divertirse en esto de vivir.
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