A Diana
Siempre he tenido esa sensación de poder verlos. A las ánimas. Una certeza de concreto cuando siento el aire de sus sombras en movimiento, el aliento de sus pláticas de café. Y esto no puede ser locura, no es mas que sentido común, que con tanto muerto en el país las agencias post mortem no se den abasto con la demanda de atención, terminen relegando en campamentos de refugiados instalados en nuestra realidad, esperando que talves se olviden a que vinieron se quedan aquí, deambulando sin pena ni gloria. Seguro que después de un tiempo, sumando toda una vida en la tierra, resulta fácil que adapten su muerte al planeta, un paisaje familiar que les da seguridad. Ese tipo de certezas que controlan e infunden calma; peligrosas pues sin ellas el pánico invade y se pierden sufriendo.
Se que los he visto, en momentos muy particulares, sumergido en altas horas de la noche, de esas desiertas que ni una rama ni un insecto se encuentran despiertos, allí, es en ese momento que se despiertan, caminan a lo que creen es su trabajo y rutina. Los he visto adentro de bancos a puerta cerrada, haciendo filas para realizar depósitos, sentados frente a un asesor que los convence de abrir una cuenta de cheques en dólares.
Obtengo su imagen de reojo, solo que cuando los busco con ambos se esconden debajo de sus escritorios. Son rápidos, viven en otra dimensión del tiempo, mis movimientos son lentos, en slow motion. Aunque se escondan, se que están allí, de rodillas con los billetes y los papeles a medio firmar; yo continuo mi camino con la duda, no tanto por su presencia, sino el lugar de su presencia, ¿por que allí? ¿por que en los bancos chinos y españoles de la avenida Enrique Díaz de León? ¿ Por qué no en las farmacias de medianoche o en los bules de madrugada? ¿Será que la felicidad de los vivos que laboran en estos recintos se derrama mientras cuentan cantidades de dinero que seguramente nunca tendrán? Que el derrame es tan cuantioso y espeso que las fibras del trapeador son incapaces de limpiar, y encontes este se vuelve un piso fértil para las ánimas; de eso que perdemos ellos viven.
No les tengo miedo, aunque me dicen no hay que mirarlos prolongadamente. No sacarlos de su rutina, aunque sepas que no tiene sentido hacerla cuando estas muerto. Creo que somos incapaces de ver nuestras caras mironas, llenas de información, espejo de lo mirado, tan expresiva y llena de verdad, que si el ánima es suficientemente atenta, deduce por tu cara estupefacta que algo no anda bien. Hará cuentas y por deducción y eliminación matemática, sumado a ese sabor raro en su boca, un sabor fuerte y rancio que no se quita con el cepillo de dientes, recordará entonces que es su primer día de muerto ( aunque no sea cierto). Entonces deducirá , sin ser correcto del todo, que hay un antes y un después en su vida con tu mirada, por lo que volcarás esa anima desconocida en tu contra, con una sed de venganza imparable, te perseguirá sin cesar, buscando que pagues las culpas que nunca compraste.
A veces, cuando llego cansado a mi casa, con una luna alumbrándome mis pies que lentamente ascienden de escalón a escalón, mientras veo la ventana abierta de mi cuarto inhalando aire fresco, la puerta desprovista de cerrojo, esa puerta de metal roja y pesada, tan angosta que debo sortear mi cuerpo para no quedar varado, y que justo adentro, cuando mi cuerpo y mis sentidos se han internado en el espacio oscuro de mi habitación, me llega el hedor por entre el sleeping bag y la colcha maya, vislumbro la sombra de un ánima recurrente, el silbido de su sueño, su silueta descansando en mi colchón. Rápidamente enciendo la luz, y se que se despierta sorprendido de verme frente a él, saliendo de un sueño fase 5, se levanta atontado con el tiempo encima, ni se moleta en cambiarse la ropa , tiende la cama y sale de mi cuarto a cumplir con sus labores. Para cuando esto concluye, siempre me encuentro en mi cuarto, con la luz inundando el espacio, viendo mi cama tendida, normal y apacible***.
*** Ahora sumen a esto, siendo que es igual de posible y que me carcome por su alta probabilidad, que él se asusta de verme, entonces me detengo a notar este sabor rancio en mi boca, notar que todos evitan mi mirada, que siento una agradable sensación cuando veo a las cajeras tan monas y bien pintaditas. Que esa imagen que veo cuando me despierto no es un personaje de mi sueño queriendo escapar, sino él llegando a casa del trabajo, cansado, subiendo los escalones cuando los primeros rayos de luz alcanzan el zenit, mira la ventana cerrada, pasar a duras penas por la angosta puerta de metal, y me sienta allí, apenas despertando de mi sueño fase 5, apurado por cambiarme, tender la cama, abrir la ventana , hacer lo que sea que tenga que hacer en el día.
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