Antes de las 9:00 PM
Apresurado, camino dos cuadras hasta adentrarme sin titubeos por la colonia Paseos del Sol, un conglomerado de torres habitacionales, gigantes con piel de concreto y ojos de neón. Aturdido avanzo por un pasillo que se abre entre las paredes, la siento como la boca del mismísimo abismo. Su suelo de pavimento carcomida me da camino; las paredes lucen sucias, adornadas con jeroglíficos de reyes de tiempos antepasados. Expiro vapor, traspaso con el pensar que este pasaje evitara mas perdida de tiempo. La hora es precisa. Al salir, cruzo una calle vacía hasta encontrarme en la orilla de un oscuro bosque de fresnos y pinos. Driades que custodiando el pasaje lucen de mal humor, murmuran de mí. El viento molesta las hojas que rugen entre si. Camino apresurado, entre dos castillos de apartamentos, entre miles de carnes realizando miles de actos al unísono. Nadie se conoce, en un espacio tan cercano todos parecen ignorarse, intentan sacarse provecho uno del otro, de sobreponerse para sobrevivir, talvez por eso me siento tan inseguro, sabiendo que a cualquiera que me tope, no podría mas que sospechar de mí, asegurarme en algún sótano e interrogarme ferozmente hasta que escupiera su verdad.
Era un atajo el que motivó todo este embrollo, tan avanzado que solo convenía continuar y no voltear atrás. No se en que momento voy a salir de este bosque malvado, no se si realmente avanzo un solo metro, si es que es que todo esto es un espejismo, hechizo maldito, mal de ojo, cristal malvado.
¿Que buscas?
¿A donde te diriges?
¡No sabes ni lo que quieres!
De pronto el aire termino su camino. El vacío encerró al parque lejos de los ruidos, enmudeció a los árboles hasta dejarme allí, totalmente solo. Los grillos callan sudando miedo, se tapan las patas para evitar ser localizados y bajan sus antenas como hojas de pasto. Son hojas de fresno las que no permiten que llegue la poco luz que circunda por el espacio. He quedado en la penumbra. Me explota un nerviosismo máximo, un frío sudor empieza a helarse detrás de mi nuca. Veo mis pies sobre el cemento, un cemento desquebrajado, apenas cubierto por hojas secas. Mis pasos parecen el motor de un tractor; su ruido despierta sospechas entre las sombras que no dejan de mirarme con suspicacia. Decido por instinto salirme del camino trazado, esconderme por la vegetación, doy pasos secos sobre la tierra, pasos sobre un césped fresco que se yergue alto, burlando siempre el rastrillo de un jardinero que perdió la batalla desde el mismísimo momento que la comenzó.
Bolseo mis pantalones en busca de algún cigarrillo. Encuentro en la bolsa trasera de mi pantalón una cajetilla apachurrada. La abro con delicadeza, como moviendo a un moribundo para tomarle su cartera, hasta encontrar un cuerpo de tabaco apabullado, sin embargo con su forma completa, su infinita esencia. Arrojo la cajetilla y adelanto el cigarrillo hasta mi boca, su cuerpo parece querer desfallecer ante mí, caer, caer, así que rápidamente enciendo un fósforo y le devuelvo al calor de vida. Un lunar de fuego arde frente a mi, su humo tóxico calma un poco las ansias que me orbita. Pero como siempre, la calma es solo el ojo de un huracán. Pronto me devuelve el miedo, el recuerdo a los soldados norteamericanos en Vietnam que fumaban con el fuego en la boca para evitar ser blancos fáciles de los francotiradores del Vietcong. Los imito sin mucho éxito; el fuego alcanza mi lengua y pronto el cigarrillo desfallece de nuevo. CRACK. Un espeso ruido retumba, un crujido no cerca, tampoco lejos. ¡No me jodan! Volteo de un lado al otro desesperadamente. No hay nada, no hay nadie, poco ayuda, es lo peor, todo lo que se esconde detrás de ese vacío. Aprieto el paso entre los matorrales, un camino tan sinuoso que mi pies se atoran entre las ramas de los pequeños arbustos. Pronto mi ruido se vuelve el mismo que en el camino de cemento, y entre mas subo el decibel, mas acelero el paso, como si pudiera escapar de él. Tengo prisa, tengo prisa, me digo.
Veo a los lejos un farol encendida, me detengo cuidadosamente, a observarlo detenidamente. Ya detrás de un tronco, alcanzo a mirar la silueta custodiada por una figura a medio tono. Trato de no acercarme, lo decido, pero mis pasos se dirigen a él como la polilla a la luz. Me ciego y con desconfianza me alejo del tronco en dirección a la iluminación, pienso dos veces, una que si, otra que no, y por eso mi paso se mantiene constante, sin nadie que le ordene lo contrario. Recargada sobre el poste esta una mujer, su blanca piel resalta sobre el manto de oscuridad. Su hombros izquierdo se descubre por un vestido oscuro, un retazo que se detiene en su hombro derecho hasta debajo de su brazo contrario, así cubre su cuerpo hasta el inicio de su contorneadas piernas. Su pashmina blanca rellana de planetas oscuros cubre su cabeza al frio de la noche. La luz que alcanza a tocar su vestido, hace que brillen una multitud de luciérnagas que se aferran a su tela. Las luces que prenden y apagan excitadas hacen que su vestido luzca de una forma mágica, aunque de eso no habría de fiarme. No alcanzo a mirarle la cara, un corte de cabello tan agudo, me hace imposible encontrarle su mirada, aunque este completamente seguro que lleva mirándome desde que entre al parque.
Encuentros producidos
Buscas a tientas
Explorador sin compás
- No me veas así, no me conoces – me dice su voz
Me detengo en seco, ahora que el silencio se ha roto, el ambiente parece participar en de nuevo en su orquesta. La miro detenidamente, rehuyendo ver su cara en mi reconocimiento. En sus manos sostiene un ramo de rosas. Su mano izquierda arranca un pétalo al que lo lleva hasta su boca. Sus labios lo sostienen, la saborean hasta engullirlo. Mirando bien al racimo noto que muchos son solo tallos de espinas que su mano derecha aprieta fuertemente. En el piso hay rastros húmedos de gotas, hojas del rosal marcadas de rojo oscuro.
- Deja de andar buscando cosas que ya encontraste – me regaña de nuevo.
Me permito bajar la cabeza con pena, no soy capaz de ver lo inapropiado de mi mirada exploradora. Hago una reverencia
- Como te llamas? – le pregunto tímidamente
- Soy la sombra del tiempo, de aquí, de allá, Nina me han nombrado – me declama.
Me mantengo en silencio, sin saber como responder. Ella continua rumiando las flores de su ramo. Gira su cabeza hasta quitar el cabello donde escondía su ojo. Son enormes talismanes, de un fondo infinito, y aun cuando la veo, presiento que ella ve mas allá de lo que soy, de donde estoy, como si estuviera no estando.
- Parece que tienes prisa, aunque no comprendo por que en vez de caminar por el camino, vas en zigzag balbuceando que tienes prisa. Haces mas difícil lo que ante ti se muestra sencillo – me dice con un pétalo entre sus labios.
- No puedo llegar tarde, quede de encontrarme con alguien – le respondo
- Aquí esta alguien – me responde con una ligera sonrisa
Arrebato mi celular del bolsillo de mi pantalón y checo la hora. Exactamente las 9 de la noche. La hora de la cita. La volteo a ver con una cara de sorpresa. Ella empieza reír, reírse de mi, de mi cara de estúpido sin palabras ante esta, la cita concedida.
- No sabia que aquí seria la cita, yo andaba con prisa para no llegar tarde – le justifico
- Nunca quedamos en ningún lugar, te saliste tan rápido por la prisa de no llegar tarde, que nunca dijiste donde – me responde rápidamente.
Me mira, ha dejado de sonreír, parece quererme decir algo con su estancia, pero me es imposible descifrar este rompecabezas. Hago una regresión en el tiempo, en lo que vino antes de mi caminar, antes del pasillo, antes mucho antes hasta mi cuarto en el techo, donde recuerdo haber platicado con ella, recuerdo algunas de sus letras en el mensajero, mi ansiedad por escupir un dardo letrado que motivara a un encuentro. Pero el momento se vuelve turbio, sin claridad ni orden, las palabras se vuelven huecas cuando no saben a donde van, cuando desconocen su objetivo. El alfabeto digital y sus trampas mortales a las que aun no me acostumbro. De la nada, mi mejilla empieza enrojecer, un dolor empieza a circundar por las venas de mi cachete, con tal fuerza que me devuelvo al presente.
Esta ella, mirándome furiosa.
- Imbécil, estas perdiendo el tiempo en telarañas intelectuales. No existe nada de eso, que no te das cuenta de todo lo que acabas de perder por deambular. En esta cultura es una falta de respeto dejar al invitado solo – es lo que dice cuando dejando el ramo en una sola mano saca un delgado cigarrillo y lo ajusto en sus labios.
Humillado, decido enmendar mi error por lo que rápidamente busco los cerillos y sin titubear, enciendo su cigarrillo. Ella sonríe, da una bocanada y deja libre una larga serpiente que nos rodea.
- Solo así te puedo mantener aquí – me dice con una sonrisa – perdona por la cachetada.
Tomo mi mejilla con la mano.
- Perdona, es solo que no estoy acostumbrado a este tipo de reuniones- le respondo mas seguro.
- Pero si tu convocaste a esta reunión, deberías estar mas preparado – me recomienda
En el fondo la cadencia de nuestra platica había hecho que perdiera la noción de mis miedos. Pronto, rodeado por la serpiente de humo, fuimos quedando cada vez mas privados del exterior, tanto así que me era imposible mirar aquellos árboles que antes me habían denegado su aprobación. La densa bruma hizo que nos acercáramos un poco mas, que la alcanzara a ver mientras ella me sonreía, viéndome con otros ojos, notando realmente como soy, como es ella. Pronto me di cuenta que estaba enamorado de su belleza, de su forma de hablar, del control sobre su espacio, que esta cita era para eso, para acercarme un paso, verla a los ojos, tomar su mejilla con mi mano derecha, romper la frontera de su espacio, invadir sus labios y dejar que por primera vez en mucho tiempo, no existiera mas razón que la pasión. Las luciérnagas se sueltan de su vestido y comienzan a volar por entre la bruma, destellando excitadas como si fueran las explosiones de una nebulosa en la galaxia. Las estrellas necesitan solo un poquito de energía para morir, otra mas para nacer, y en ambas, son incapaces de darse cuenta del hermoso espectáculo que dan al universo.
Separamos nuestros labios, dice.
- Realmente te tardaste – me dice con una sonrisa
- Por un momento no te reconocí, es como si hubiera perdido la memoria – afirmo mientras le tomo las manos – ya no te volveré a perder – animado- que te parece si nos vamos de aquí, dejemos todo esto, todos, solos tu y yo alrededor del mundo, en nuestro barco de creación.
Ella sonríe con mi imaginación, siempre gustosa de verme hacer garabatos que dibujo como matemático insano. Describo lugares imaginarios como si tuviera un mapa para encontrarlos, capitanear un barco desde la península hasta el ecuador, tomar café en una casa de madera en Tierra de Fuego y de allí continuar hasta encontrar ese lugar que fue hecho solo para nosotros. Pero ella tiene otra cosa en mente, sus ojos si tiran al suelo para no interrumpirme, la noto enseguida.
- Que pasa?- manifiesto mi duda
- NO puedo ir contigo – me responde con la mirada al suelo, luego me observa, me mira sabiendo que mi cara se derrumba frente a ella, que volveré a caer en mi propio pozo sin salida.
- No puedes seguir viajando afuera sin viajar a ti – continua – me volverás abandonar por que así lo hiciste, por que así lo harás, por que no has aprendido a estar, por que el tiempo es preciso y tu debes primero saber que toda esta ilusión es un hermoso episodio que prepara el camino para nuestro reencuentro. Pero este momento no es, todavía no.
Desmoronado desde el inicio de su respuesta, dejo caer mi cabeza hasta que el poste de mi nuca por fuerza la sostiene, mis ojos tirados sobre mi cara quedan viendo los destellos de algunas estrellas que lograron filtrarse por en enmarañado de hojas.
Sin escucharla, sin esperanza, no quedo mas que concluir.
- Se nos acaba el tiempo
Ella, sosteniendo su ultima palabra en la boca, admira mi tristeza, la transformación espontánea de mi carácter. La inestabilidad es un símbolo manifiesto de la vida, el inicio del orden para consumir al caos. Pero eso nunca se vislumbra en mi mente nublada, la crisis suele ser el único panel al cual ponemos atención, lo demás lo convenimos en prescindible.
Al verme trastornado, se acerca hasta mi, con su mano me regresa al presenta, con la otra suavemente toma mi cabeza hasta llevarla a la línea de sus ojos.
- Has convertido al tiempo en una penitenciaria, por el que sufres aun cuando estas conmigo, debes de pensarlo como un viaje sobre de él. Estoy seguro que eres lo suficiente listo para notarlo, hoy, pasarás sobre el, y cuando veas la tela de este espectáculo, entonces me podrás ver – termina cuando sus labios se acercan lo suficientes a los míos, y de un roce se despide de mi. Abre su paso entre el humo para mostrarme de nuevo en el oscuro parque - te esperan- concluye.
Allí donde el parque terminaba su reino, estaba un taxi amarillo estacionado, un viejo de 60 años con gruesos anteojos y camisa de un tono me esperaba. Prende el texto rojizo de “Ocupado”, la volteo a ver mientras desaparece bailando entre los árboles. Camino hasta el automóvil amarillo, abro la puerta y me sumerjo en él.
- A donde joven? – me pregunta.
- Al aeropuerto, si puede písele, que voy tarde.
Enseguida el taxista no tarda en avanzar por las calles, encontrando en un dos por tres las vueltas necesarias para salir de este laberinto que pensaba impasable. Las prisiones habitacionales pronto quedan en la lejanía, el suave tacto del sillón me relaja, miro el reflejo de los miles de automóviles moviéndose como uno solo. Los ríos de la ciudad han sido intercambiado por cauchos y focos en alta. Nunca nos damos cuenta bien de cómo somos todos algo de todo. El taxista me mira por el retrovisor intuyendo mi viaje. Veo la enorme energía que flota de la ciudad, el cúmulo de fotones que se despiden desde la tierra hasta la estratosfera. Lo se, por que lo miro después de que me dan el boleto, camino hasta el pasillo 5, me siento a leer, espero a que la desesperación levante a los pasajeros a subirse al avión como si este fuera a irse sin ellos, floto hasta el avión, encuentro mi lugar, acomodo la única maleta que me acompaña, miro por la ventanilla, y veo brillar ese enorme escarabajo de donde salí, que por allí se encuentra manejando el taxista de regreso a su casa a descansar, sentarse en la mesa de madera de su comedor, cerrar su día con un cereal frente a un pequeño televisor.
Los aviones nocturnos son generalmente callados. El cansancio se siente en la lenta respiración de los tripulantes. Los niños dejaron lejos sus gritos y travesuras. Los viejos se han abrochado el cinturón y se han dejado al mundo de Morfeo mucho antes de que el avión siquiera despegue. Los pocos que sobrevivimos no buscamos platica alguna, el silencio impera en la aeronave.
Navegamos por el espacio, alejándonos de la tierra y sus dificultades. En el aire, todo parece menos denso, mas suave. Recuerdo un piloto de San Felipe que me contó, “ya no se vivir en la tierra, me pica, siempre busco la primera oportunidad para levitar”. Descanso mi cuerpo, dejo mi corazón palpitar a su ritmo normal. Noto a mi lado una señora de vestido, con un peinado rígido de un tono, que puedo deducir no es el suyo. Mira al frente, nunca a sus lados, ni a mi que la veo sin tintas de agresión, solo la noto, sonrío y me devuelvo a mi espacio.
En alguna parte del planeta, las azafatas caminan con charolas de tentempiés. Nos ofrecen un pequeño sándwich acompañado de una ensalada, un bollo y una bebida al gusto. La señora, ordena una bebida de coñac, yo me conformo con un vaso de jugo de naranja. Pronto nos dedicamos a nuestros alimentos, desenvuelvo la envoltura que contiene mi pequeño emparedado, y apunto de alimentarme, escucho a mi vecina buscar a la azafata, exige que le traigan un poco mas de lechuga para rellenar su sándwich. La azafata, amablemente le comenta que los platillos estan contados, que solo si un pasajero niega su porción, podrían convidarla un poco de esa lechuga sobrante. Pero, solo hasta que todos tengan la oportunidad de decidir. La señora se muestra arisca ante la respuesta. La escucho maldecir, ineptos creo que fue lo que entendí. Volteo a ver mi charola, veo la taza que contiene acaso cuatro pliegues de lechuga, dos rajas de tomate y una bolsita de aderezo. Abro mi emparedado, tomo un pliego verde y lo agrego ha mi emparedado.
- Señora- le digo mientras levanto mi sándwich mostrando la solución a su ecuación
Ella me mira con desdén, hace un ruido y regresa a mirar al frente, a la nuca del asiente frente a ella. Sin importarme mucho su falta de educación, me devuelvo a mi alimento, que aunque no el mejor, lo disfruto con gusto.
Ya en el norte, sin tomarme la molestia de avisar algún amigo para esperarme en el pasillo del aeropuerto, decido regresar como llegue, en un taxi. Me vuelvo inmune a la desorbitada tarifa, y adentro, me dejo llevar hasta mi ciudad natal. Del desierto se empiezan a formar las estructuras de mi ciudad. Los espacios conocidos, los secretos bien guardados, la risas de luz que viajan sobre polvo de ocotillo. Me dejo contagiar por el momento, el instante, la música del chofer con su estación de radio norteña. Las alabanzas al amor y al desamor. En pocos minutos la ciudad hace su aparición. El chofer conociendo la ciudad, no necesita preguntarme mas, avanza por ella con una diligencia profesional.
Veo los anuncios luminosos que se levantan alto para que las aves vayan de compras. Los enormes almacenes de hormigas trabajadoras. Los locos que caminan riendo de nada. Le advierto al chofer que si da vuelta a la izquierda podemos evitarnos el trafico, el chofer accede sin responder.
Las casas de media clase permanecen tranquilas. Sin inmutarse ni saludar a los recién llegados. Reconozco su mirada alerta, la pantalla de un ser realmente amistoso. Río.
- Son las 9 en punto – dice el locutor electrónico de la radio.
Me desatiendo de mi tour y recuerdo el cambio de hora, tomo el celular de mi pantalón, solo para darme cuenta que el solito ha cambiado su horario. 9 PM. Me concentro , miro por la ventanilla. Pasamos por un parque, y para mi asombro, veo un árbol iluminarse con un centenar de luciérnagas. Catatónico intervengo.
- Déjeme aquí.
El final es un inicio