Hay ollín en las esquinas. Un polvo que flota en el cuarto, se esconde detrás de los objetos y te mira perdido, sin las llaves para arreglar una máquina que se hunde en un mar muerto. Las escotillas no fueron construidas con ventana. Todo entra, todo se escucha. Cuando la desesperación llegue al límite, intentaré salir por ese boquete redondo, sacaré la cabeza y miraré las nubes que siempre caminan entre los truenos y relámpagos de los dioses, y yo comprenderá que no hay nada que cambiar, que las cosas caen por ley natural, que las palabras son un escudo de papel y solamente los más aptos logran abrir puertas en paredes de piedra. Sientes un objeto en tu pantalón. No puede ser un arma, es algo más pequeño. Es el pedazo de carbón que libera todo este ollín. Mancha tus manos, un negro inmenso. Volteas a la entrada. Allí está la puerta por donde llegaste. Podrías dibujar la salida pero no puede superar lo que ya conoces, ese orificio que te separa de lo real, de todo aquello que has creado en tus historias, un desenlace que tomará toda tu vida y la volverá un epidosio heroico. Un grato instante en que respiras las nubes que lloran por tu alegría.
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