Del libro que no contiene tantas páginas pero aseguro cuenta con la sola línea sagrada. Perdona. Y es por ello que lo hace tan delgado que nadie
lo encuentra en su propia biblioteca. Pero ahora, aquí abierto, perdona dice, perdona. Entonces me la apropio y pido perdón, en general para pasar a lo
particular, pues no encuentro otra manera mejor. Pido perdón por la ofensa que emana
de mi boca aunque no la piense, aunque no la busque. Pero sale y lastima. Y más
cuando mi silencio es cómplice, cuando beber me hace perder los estribos. Perdón
por mis bromas de tonelajes, por intentar hacer el bien y en el acto hago mal.
Y cuando lloro sin reconocerme, cuando me pierdo y desesperado podría jalarlos
a mi abismo. Le pido perdón a Carmelita por no cuidarla como debí. Perdón por
no entender sus ayudas, sus amores, sus desidias, sus rencores. Perdón por mis
enojos volcánicos, por las ofensas que mis plantas hayan perpretado en su
contra, por aquellas imágenes suyas que he guardado celosamente. Perdón por
empujarlos, por presionarlos a ser mejores, cuando no reconozco que no todos
buscamos lo mismo, entonces peco de soberbio, de maldito y dictador.
Pero también, porque no se vale
quedarse vacío en el libro de los perdones, les pido perdón por ser feliz y que
eso los ofenda, que disfrute la vida y que en mi esté ayudarles, perdón por
escucharles sus críticas en formas de apoyo, perdón por compartir sus malas
decisiones, perdón por querer brillar y bailar y amar y ser feliz, y quererlo en
bola, de todos juntos.Perdón por creer que eres el amor de mi vida y sonreirte sincero, la única forma que me enseñaron a ser.
Perdón por amarlos tanto, tanto más que
a mi vida.
Y todo esto con una linea del
libro que dice: perdona.