Hasta hace poco
no entendía como los hinchas se levantan cada temporada para apoyar a su
equipo, cuando los torneos parecen interminables, repetitivos y por ende
carentes de sentido. Hasta hace poco no comprendía el ímpetu que empuja a los
jugadores a buscar el campeonato, cuando el ganar apenas dura un instante y el
torneo comienza de nuevo y todos vuelven a disputarse en no se cuantos juegos
el mentado título. Hasta hace poco no entendía que hay por celebrar, cuando un
día eres clásico y el otro un olvidado. Por qué seguir este circuito cerrado
que no para, donde no existe un ganador absoluto, donde das la vida entera y al
final mañana vienen más y mejores, y los récords se aferran al segundo
abandonado, por que atrás viene una ola que se lleva a todos de ras. Esta
pregunta fue la que me alejó del fútbol, la que me perdió de su objetivo;
desconocí sus razones más allá de las monetarias. Y me confundía el mundo
entero volcado al fútbol, atentos a los nuevos jugadores, las nuevas-nuevas
contrataciones, los directores técnicos que entran y salen sin gloria y repudiados en tan sólo una temporada, aún cuando cargan bajo su brazo un trofeo de campeón.
Cuando el televisor en el gimnasio solamente habla de fútbol y canales no
callan de soccer las 24 horas. Y reconozco que este deporte está cada vez más
vivo, que los clásico existen entre barrios, entre ciudades, entre clubes y
países, y yo pensaba que si una vez ganan unos y los siguientes los otros,
entonces nada valía verdaderamente la pena.
Entonces, de
tanto pensarlo y no encontrar nada, sin aviso como la vida misma, me vino una
ráfaga de lucidez. Empecé a comparar al fútbol con la vida misma, al fútbol como
duelo, como búsqueda, como anhelo que mantiene el paso. Y enseguida comencé a
entender que todo lo que hacemos realmente podría parecer inútil, el médico
cura y tarde que temprano su paciente muere, el artista crea y expone, vuelve
a crear y vuelve a exponer, el jardinero cuida, su planta germina, florece y se
marchita.
Así entendí que
básicamente todos somos jugadores. Y cada quien tiene su cancha y sabe donde se
encuentra la gloria, ese punto en el firmamento por que cual se trabaja
imparable. Que la pasión arde en el corazón individual, en cada labor y cada
uno celebra sus victorias, frente a las cámaras o en la intimidad de nuestros
corazones, y el fin es el que uno se fija, y que alcanzar ese pequeño instante
es donde la vida entera vale la pena.
Posible es que
algunos nunca tengan la dicha de vanagloriarse por un instante como los
mejores, pero el sólo hecho de buscarlo hace que todo esta dinámica tenga su
razón.
Pues no hay nada
tan exquisito como presenciar a quien baila con ese balón como si fuera su amante, y la cuida celoso por que el balón no tiene dueño, y cuando haces tu trabajo con maestría y
te enfrentas a quienes de igual manera se presenta experto, entonces los duelos
se convierten en el episodio mismo para el que viniste a la vida.
Y entonces
disfruté de nuevo al fútbol, como es, parte de la búsqueda por convertirse en
héroe, y aunque es cierto que todo es un pequeño instante, para quien alcanza
esta cima, no hay nada en la vida que se compare con ese momento.